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Sentada frente a la maquina de escribir, Regina se dedicaba a aporrear las teclas, con cara de aburrimiento. Reviso rápidamente el montoncito de documentos por mecanografiar pendientes, dejando escapar un suspiro de resignación. Se miro los dedos pensando que, por lo menos, tanto teclearle servía de entrenamiento.

Para que, era difícil de decir, pues no estaba planeando dedicarse a las artes marciales y a romper ladrillos con los dedos. Pero era un alivio que, al menos, todo su esfuerzo tuviese algo de positivo. Coloco una nueva hoja en el carro de la maquina y continuo tecleando. Su cabeza andaba algo distraída, pensando en la película que había visto el día anterior. Sin darse cuenta, mezclo realidad y ficción, escribiendo... "Rogamos tenga la bondad de enviar una nave al sector XJ-4....". Se detuvo. No podía continuar así, tenía que concentrarse en su trabajo, por tedioso que fuera. Ya era la cuarta vez que le pasaba. Sacó la hoja de un tirón, arrugándola entre sus manos y lanzándola con destreza en la papelera.

 

Colocó  una nueva hoja dispuesta a volver a comenzar cuando la luz fluorescente parpadeó unas pocas veces y se apago, dejándola casi a oscuras. Tendría que comprobar si se trataba de un apagón o de que los tubos ya estaban agotados. Conectó la calculadora eléctrica, para comprobar si era un apagón, pero ésta no mostró un "0" verde fosforito en la pantalla. Definitivamente, se trataba de un apagón. La difusa luz de la tarde penetraba a través del ventanuco de la oficina, el únicovínculo que tenía con el exterior. La ventana daba a un patio algo tétrico y por ello la luz que penetraba por allí era insuficiente para alumbrar su pequeño despacho.

Regina, sentada en su silla giratoria miró el techo, aburrida. Escribir un montón de documentos aburridos era tedioso pero no le gustaba en absoluto pasarse el rato contemplando las musarañas, rodeada de penumbras. Esperaba que el apagón no durase mucho. Encendió un cigarrillo de forma mecánica. Se había prometido dejar de fumar, uno de estos días, al menos un millón de veces, pero siempre acababa sucumbiendo al vicio.

De repente, la poca luz que entraba por el ventanuco se extinguió, dejándola en la más completa de las oscuridades. Regina apagó el cigarrillo sobre el montoncito de colillas que ya llenaban el cenicero. Se levantó y, torpemente, se acercó a la ventana, golpeándose la pierna con el canto de la mesa. Abrió la pequeña ventana y se encontró mirando al triste patio. Ver, lo que es ver, no vio gran cosa.

En el exterior, para su sorpresa, era noche cerrada. Asombrada pensó que, aunque era invierno y oscurecía pronto, aquello no era normal a las tres de la tarde. ¿Sería un eclipse? Tanteando el camino, y golpeándose el pie con la pata de la mesa, se dirigió a la puerta. La abrió, algo indecisa, y salió al oscuro pasillo en el que se alineaban varias puertas cerradas. Su visión se iba acostumbrando a la oscuridad y podía vislumbrar, con cierta dificultad, los contornos de las puertas. Sabía que no había nadie en los despachos pues la mayoría de los empleados marchaban a las dos.



Recorrió el pasillo, sintiéndose algo nerviosa. En la planta inferior la sra. Carmen, la empleada de la limpieza, seguramente estaría apoyada en su aspirador charlando por los codos con Magda, la recepcionista, esperando que volviese la luz. Llegó hasta el tramo de escaleras donde, afortunadamente, lucía una lámpara de emergencia. Ya podrían haber colocado unas cuantas más, se quejó Regina. Cogiéndose con fuerza del pasamanos, comenzó a bajar los escalones. No oía voces pero eso no era de extrañar.

Casi nunca se oían voces o ruidos pues casi todo el edificio estaba insonorizado pero, de todas formas, se extrañó de no oír a Magda y la sra. Carmen hablando. En la planta inferior registró un par de despachos, que a esas horas acostumbraban a ser utilizados. Estaban todos vacíos. No había rastro de la sra. Carmen ni de Magda. Tropezó con algo en el pasillo y casi cayó de bruces al suelo. Vio que se trataba de algo grande, acostado en el suelo. Era un aspirador. Pensó que quizá la sra. Carmen estaría en la cocinita de la recepción con Magda.

Desde luego, no haciéndose un café, porque la cafetera era eléctrica. En la cocinilla tampoco encontró a nadie. Solo una pequeña y solitaria luz de emergencia lucía tristemente sobre el mostrador de madera. Salió al patio, al que se accedía a través de la cocina. Era de noche, no había duda. No había luna y un puñado de estrellas titilaban en el rectángulo de cielo que desde allí se divisaba. Súbitamente, un potente torrente de luz inundó el patio, cegándola. La luz era casi dolorosa y Regina se desplomó desmayada sobre las baldosas del suelo.

Regina aporreaba una enorme máquina, encerrada en un despacho blanco. No había ninguna lámpara a la vista pero el cuarto estaba agradablemente iluminado. Paredes blancas, desprovistas de cuadros y otros adornos, la envolvían. Solo una enorme pantalla, en ese momento apagada, destacaba en la pared, frente a ella. Regina pensó que también era mala suerte ser tan buena mecanógrafa. Siempre acababa en el mismo empleo, estuviera donde estuviera.



Continuó pulsando las teclas con energía. Una bandeja, antes invisible, apareció a su izquierda, suministrando un montón de hojas. Más textos para mecanografiar. La sra. Carmen entró en el despacho, armada con una reluciente y potente máquina limpiadora que apenas producía ningún ruido. Se saludaron cordialmente, cada una atareada en lo suyo. Regina se sonrió. Había algo de positivo en todo aquello. Con ese nuevo trabajo había dejado de fumar. Después de tanto tiempo intentándolo. De todas formas... ¡a ver quien era el guapo que encontraba un cigarrillo en Didión, el cuarto planeta del sistema solar arcadiano!

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