-Bien, muy bien, -dijo Jordi- entonces mientras, recojamos las maletas y te llevaré a tu Hotel para que descanses, no es lejos y en menos de media hora estaremos allí.
Apenas llegados a la cinta, Ángeles reconoció su única maleta y fue a recogerla. Repartieron el equipaje, prescindiendo de los siempre esquivos carritos del aeropuerto, y guiados por Jordi se dirigieron hacia el coche que les esperaba. Cargaron las maletas en el maletero y el equipaje de mano en el asiento trasero, y luego de ajustarse los cinturones, rutina que Jordi cumplía de forma automática, arrancaron rumbo a la Rambla de la Capital donde se había efectuado la reserva. Mientras ella buscaba su maleta, Jordi había tenido tiempo de observar furtiva y fugazmente a su visitante y su vestimenta. Se dijo para sí que era una mujer interesante, tal vez no una belleza de revista, pero dueña de una figura que desmentía los años que tendría según los datos que le habían proporcionado. Y su vestimenta casual, de pantalones vaqueros muy ajustados, botas a media pierna de generoso tacón, blusa azul con destellos plateados y elegante chaleco de cuero, complementado con una ligera campera gris plata, hacían un conjunto mucho más juvenil que acentuaba su sensación. Era una mujer interesante volvió a pensar mientras fingía concentrarse en el tránsito.
A medida se iban alejando del Aeropuerto y adentrándose en la ciudad aún dormida, iba señalándole aquí y allá lo que podía interesarle, mientras deslizaba alguna cortés pregunta sobre ella que demostrara un recatado interés en su visita. Se encontró con una mujer de carácter afable, llena de curiosidad y con un indudable conocimiento del terreno, producto seguro de una investigación previa. No obstante, Ángeles no pudo disimular su sorpresa al desembocar con el coche en la Rambla que, dejando atrás las esquinas de miserias mal disimuladas, abría un panorama de esplendorosa belleza, ofreciendo el espectáculo del mar recostado junto a la sinuosa curva que bordeaba la ciudad.
-Oye Jordi, que es precioso! A ésta hora de la mañana, con todo éste sol, se parece tanto a mi tierra y mis costas! Vaya que lo tenéis cerca!
-No te engañes , -le dijo- eso que ves ahí por lo general no pasa del marrón dulce de leche y pasa por mar pero sigue siendo el Río de la Plata, vaya uno a saber por qué nombrado así, porque te aseguro que si hoy lo ves claro por la soleada mañana, bastan unas nubes para que se ponga oscuro. Pero sí , bueno, en realidad ésta zona de la Rambla es bonita, si, -admitió con un poco de recato y otro de orgullo, y aprovechando el pié dado, le preguntó: -Tú vives en Barcelona, no? Allí sí es hermosa la ciudad recostada al Mediterráneo!
-Sí bueno, es cierto, sabes? Barcelona sigue siendo una ciudad muy bonita, ha cambiado mucho es cierto, pero conserva mucho encanto. Esto me la recuerda bastante y supongo en la noche, con las luces reflejadas en el agua, aún me la recordará más. Luego ya charlaremos de tus cosas, verdad Jordi?
-Bueno , si claro, como tú gustes, pero no hay mucho para hablar, me parece. En cambio tú si querrás saber de nosotros, del país, su gente. Puedes preguntarme lo que desees, por supuesto. Ah , mira, ahí a nuestra derecha está el Hotel, es confortable y tiene buen servicio. Los hoteles no son gran cosa aquí, pero estarás bien.
-Si hombre, faltaba más! Que yo me arreglo bien, estoy acostumbrada y no siempre puedo pagarme los mejores hoteles. Venga, Jordi, que cinco estrellas sólo si espero la noche y miro el cielo! Exclamó mientras desataba una sonora carcajada que inundó el aire calefaccionado del coche que en ese momento maniobraba frente al aparcadero del Hotel.
Ayudados por un parco botones uniformado, bajaron el equipaje e ingresaron al lobby para registrarse. Acudieron al mostrador que anunciaba el Chek In donde les esperaba una chica con una sonrisa colgada de su maquillado rostro. Llenado de formas, copia de Pasaporte y al fin la Tarjeta que oficiaría de llave en esa habitación del piso décimo tercero que le proporcionaría a Ángeles una grandiosa vista de la bahía y su rio grande como mar.
Consideró su huésped estaría lo suficientemente cansada para dejarle el día libre, y acordaron entonces encontrarse allí al anochecer para hacer una breve recorrida e ir a cenar a alguno de esos restoranes típicos de los que tanto le habían hablado cuando comentó de su viaje a sus amigos.
Luego de una tarde apacible en su habitación de Hotel de tres estrellas, de las pequeñas, atrapado aún por el relato que le hacía vagar por las calles de Santa María, Jordi se preparó para seguir con su compromiso que, a decir verdad, no le estaba pareciendo tan cargoso como lo había estado pensando. Que después de todo, también era un descanso de sus cosas.
Tomó una ducha de abundante agua caliente, -aunque su conciencia le decía que no desperdiciara el agua que no has de beber - , una prolija afeitada dejando sólo el mentón apenas cubierto por una raquítica barba jaspeada de blanco, y una elección de vestimenta que, aún a su pesar hubo de reconocerlo, tenía mucho de cita juvenil. Casual pero elegante, que no sabía cómo habría de encontrarse a su nueva amiga.