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Aquella tarde, temprano aún, llegó a la Cabaña y se dedicó a preparar la mesa, con su rojo mantel, la hielera donde descansaría achuchado de frío el Cava, las velas estratégicamente distribuidas, los inciensos que no podían faltar – sándalo y mirra había pensado- , la única cama, y por tanto inevitable, vestida de raso azul y el fuego generoso ardiendo en la gran chimenea.  Con cada uno de esos detalles, a él parecía confirmársele esa idea sin explicación posible de estar viendo una película que ya había vivido antes.

Cuando por fin llegó aquella noche, ni imaginada de perfecta con el regalo de una enorme luna plateada colgada del rugiente mar, sólo le restó esperar con la música que habría de acompañarles. Caetano le susurraba Contigo en la distancia, justo cuando ésta era cada vez menor, aunque no acertaba aún a saber cuánto era ese pedazo de alma de la que hablaba la dulce melodía.

Cuando la noche se había vestido ya, sonaron tres llamados consecutivos de una bocina que era el santo y seña que le indicaba habían ingresado en ese breve sendero de grava que moría en la puerta de la Cabaña. Un segundo después de detenerse el coche, escuchó el llamado a la puerta y allí se dirigió torpe y presuroso.

Cuando abrió la puerta recibió un ramalazo de fría brisa marina, opacado por una cálida sonrisa que le decía como cantando, -aquí estoy mi uruguayo!!!-

Observó deslumbrado ese vestido negro cubierto por un abrigo de piel,  nada comparado con el adivinado marfil de lo que cubría, las piernas enfundadas en negras medias y unos elegantes zapatos taco aguja. Ángeles ingresó curiosa, dando un rápido paneo a cada detalle adivinado y exclamó, siempre al  borde de la risa franca, -has pensado en todo, mi querido!!!

En ése instante supo que aquello, su memoria lo registraba en cada uno de esos detalles, y lo había vivido ya con esa mujer que ahora le invitaba a compartir una copa de Cava frío, ó había soñado antes cada uno de ellos y ahora la realidad le copiaba burlona al sueño.

Lo que siguió, largamente acariciado, intensamente deseado, tuvo la certeza de saberlo desde el principio. Toda la magia que ese sueño vivido le adelantaba, estaba allí, junto a él, en esa auténtica Dacha rusa, como le había llamado en una de sus cantarinas risas, la alegre Ángeles. Cada aroma, cada palabra, cada recoveco de una geografía recorrida, le parecían escenas de esa película vista antes. Serendipia, dijo ella, cuando Jordi se animó a confesarle esa sensación de adelantamiento de cosa vivida, y soltó como era ya costumbre una sonora carcajada.

Nada hay nada más breve que una intensa noche de amor apasionado, largamente deseado y por fin concretado.

Por eso, cuando desde los despojos del plácido sueño recién fugado, Jordi sintió la voz de Ángeles al teléfono, le recordó que aquél era el día de la partida. Cuando terminó de hablar, ella volvió al dormitorio envuelto aún en los aromas del amor, para depositar un tenue beso en su frente, un quedo “te amo” susurrado, y un juguetón :  - Era el remise…,¿ sabías que hoy debo irme, verdad?

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