-¿Te imaginas? –Le decían –Dedicarte a escribir, hacer lo que tanto te gusta pero que además te paguen por ello. Podrías dejar este empleo que no tiene gran futuro ¿Y quién sabe? Tal vez consigas ser famoso, respetado y admirado.
Nunca había pensado el chico en la posibilidad de hacer aquello de manera profesional, estaba acostumbrado a tomar la vida como le iba llegando, comía migajas cuando sólo eso tenía, trozos si la oportunidad era propicia o el pastel entero. No había habido jamás problema alguno en ello. Lo cierto era que le apasionaba escribir, que la poesía le encantaba y crearla lo hacía sentir inmensamente feliz. Vivo. Con sus cinco sentidos en pleno: Podía tocarla en la piel tersa de Silvia, olerla entre las flores silvestres del parque, saborearla como a una ciruela madura, escucharla en la música del viento o el tronido de los tambores en la lluvia y verla en cada rostro, en todo niño, en las maravillas sin igual del mundo entero.
El hombre gordo apareció una tarde, sus compañeros le cedieron la oportunidad de atenderlo para que le mostrara sus creaciones poéticas. Nunca se había sentido tan nervioso como aquel día, las manos le sudaban, el cuerpo le temblaba involuntariamente…pero lo hizo.
Mientras el cliente entraba al vestidor a probarse la ropa elegida fue por uno de sus poemas y haciendo acopio de todo su valor se lo mostró con orgullo y satisfacción. Con demasiada seriedad, el personaje renombrado tomó el papel entre sus manos carnosas y comenzó a leer en voz baja. El chico lo observaba registrando cada uno de los movimientos de su rostro tratando de adivinar lo que le diría.
Con indolencia le devolvió el papel haciendo una mueca despreciativa.
-¿Y cómo le llama a eso que acaba de enseñarme? –Preguntó
-Es poesía señor. Mi poesía
-No muchacho, eso no es poesía. Tú eres uno de esos ignorantes que va por la vida prostituyendo a la poesía sin más. Hay reglas que seguir, esquemas, métrica y ritmo. La poesía no se hace así. Es usted un iluso
El pobre vendedor se iba encogiendo a medida que el juez dictaba su sentencia, sentía el rostro ardiendo de tanto bochorno, lo inundaba la vergüenza, pero sobretodo, la tristeza. Resistió frente al hombre durante todo el episodio por orgullo porque si hubiera tenido opción habría salido corriendo de la tienda sin mirar atrás y sin volver jamás. Todavía alcanzó a escuchar cuando el hombre se acercó a su asistente para decirle de manera que todos pudieran oír:
-En estos tiempos cualquier mequetrefe hace poesía
Nadie le dijo nada en ese momento. Pero era evidente que estaba destrozado por los comentarios de aquel canalla. Siempre pensó que lo más importante en la poesía era la pasión, y él escribía con pasión. ¡Por supuesto que lo hacía! Aquella celebridad de las letras le hablaba de reglas que él desconocía que existiesen, de medidas que no sabía cómo hacer. Es decir, había leído infinidad de veces sonetos escritos por muchos poetas clásicos pero pensó que era cuestión de estilo, de la personalidad de cada uno. Entonces ¿Había que escribir poesía siempre bajo un mismo esquema? ¿Se tenían que medir las sílabas para hablar de cosas que no tenían medida?
Se sentía confundido, pisoteado y mucho muy humillado. Se fue a casa cabizbajo, esa noche no durmió pero no porque se le hubieran pasado las horas escribiendo, el libro de la biblioteca fue entregado al día siguiente sin siquiera haber sido abierto por él.
Salió de casa muy temprano rumbo a la tienda de ropa sin su morral en el hombro. Los poemas se quedaron guardados en una gaveta, condenados a no volver a ver la luz, a no sentir jamás el temblor en las manos de quienes los reciben con emoción, humedecidos por la infiltración del agua en las paredes del apartamento y no debido al sudor que gotea del rostro de creador que a veces está tan concentrado que no se llega a dar cuenta de la tinta que se alcanza a correr hasta que lo vuelve a leer, mucho menos por las lágrimas de algún lector sentimental al sentir que esos versos le tocan el corazón.
Han pasado semanas desde que el hombre gordo se burló de él. El joven no ha vuelto a escribir. Camina con seriedad por las calles con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Hoy recibió el pago por su trabajo de ese mes y no compró papel ni tampoco tinta. No piensa volver a escribir porque no entiende lo que es poesía. De todas maneras la gente al verlo pasar…le sigue llamando: POETA.
Elena Ortiz Muñiz