El joven que, sentado a unos metros de ellos dos, devoraba con placer un libro fue perdiendo nitidez, lentamente, como un videotape de baja calidad, el rostro se le nubló e intentó gritar pero era tarde, ya había desaparecido. El libro tirado, llorando en el suelo, y esa persona que s había esfumado a ninguna parte, y de quien jamás se volvería a saber nada. Solo eso. Había desaparecido y ya.
Dirigió su torpe mirada a Laura que también lo miraba asustada, impactada, como entre sueños, intentaba reaccionar mientras sus manos temblaban. Arrebatándose quisieron tomarse el uno con el otro, cubrirse de ese feroz hueco que los acosaba, pero cuando quisieron tocarse, atraparse en un abrazo para no desvanecer, aquellos dedos pálidos y femeninos se volvieron aire, también los brazos y la cara, y toda su figura que había sido alguna vez. Quedó solitario, nuevamente, rodeado por ese vacío tan extraño, el vació que tendría que estar ocupado. Aunque ya no tenía importancia, y sus manos se hicieron transparentes y no sintió sus pies, y esfumó como otra gota en la lluvia. En ese pueblo tan peculiar, donde la gente simplemente desaparecía...