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-          Silencio, dejémoslo descansar.

Lo seguimos hasta la puerta caminando en puntillas, allí paró bruscamente, recuperó la consciencia a medias y gritó con todas sus fuerzas:

-          ¡Está muerto, está muerto!, ¡Dios santo, está muerto, mi viejito se murió! – y le sobrevino un ataque de nerviosismo que combinaba el llanto con la risa, los temblores, de pronto se paraba, luego le hablaba al cadáver, no sabíamos qué hacer.

El amanecer mostró el pueblo lavado y limpio por la lluvia nocturna; bajé hasta donde don Luis por otra botella de aguardiente; cuando supo la noticia se condolió por la muerte de su cliente, dejó pasar unos minutos en silencio mientras se tomaba todo el tiempo para bajar la botella de la estantería y luego preguntó:

-          La cuenta de don Carlitos subió este mes más de lo acostumbrado, ¿Será que el pariente la paga?

Viejo malparido, pensé, recién muere el amigo y él sólo piensa en cobrar la cuenta del mes, ojala pierda esa plata viejo cabrón, me dije sin abrir la boca y recibí el aguardiente. Regresé hasta la casa que había sido de la viuda de Emilio Peralta y con el forastero bebimos a pico de botella mientras Ulpiano arreglaba el occiso.

El inspector de la policía subió a diligenciar el levantamiento del cadáver, estaba más borracho que nosotros y en diez minutos declaró el asunto esclarecido por completo; después sorbió de la botella un trago largo y salió tambaleante en dirección a su casa, ayudado por un agente del orden.

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