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Solo había una puerta echa de un metal liso y frío, tan frío que dolía al tocarlo. Esperé sentado junto a la puerta, mirando la cámara que no tendría mas de 8x8 metros, sin ventanas pero con luz, una luz que parecía provenir del propio material que formaba la habitación.


No calculé el tiempo que estuve allí, ya que no veía el Sol, pero fueron días sin comer ni beber nada, siempre con aquella luz, sin respirar aire puro. Recordando los tiempos en que mi madre aún vivía y paseaba por el pequeño lago que cubría la llanura, en la que el poblado se encontraba.


Pero llegó el momento, aquella puerta inerte se abrió con un leve chirriar de bisagras, entraron dos altos hombres vestidos con unas togas negras hasta el suelo, llevaban capuchas que no dejaban ver sus rostros, e inmediatamente recordé los horrorosos mitos que hablaban sobre dichos seres. Uno de ellos dijo, con voz ronca, muy ronca, no parecía humana:


- Ha llegado el momento, álzate para tu designio-.


Estaba desfallecido, casi moribundo, no articulaba palabras, solo pude levantar el brazo en señal de ayuda. Pero vi mi brazo sí, pero en una habitación oscura, de madera, y la manga me recordaba a mi... ¿pijama?, tan lejano que no pude observarlo bien hasta que levanté la cabeza, soñoliento.

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