Al volver al bote no recuerdo si el gringo estaba ahí o no. Sólo atiné a sentarme a pensar, como si necesitara elaborar un plan. Me negaba a aceptar que la vida y la muerte caminaran tan cerca una de otra, a apenas una fracción de segundo de distancia. Y me resistí a la idea de que no tuviéramos el poder de reparar la injusticia con que la vida puede sorprendernos en un insigrnificante pedacito de tiempo.
Tenía que haber una forma.
Y de pronto, en esa soledad despiadada que sólo se siente en el medio del mar, sentí que mis fuerzas crecían y era otra vez el superhéroe. Y la realidad se volvió un juguete que sólo yo podía arreglar. En mi interior, esa calma inesperada de a poco se transformaba en torbellino, como una tormenta que iba ganando fuerza dentro de sí misma. Y me levanté de golpe y sentí el piso frío bajo mis pies descalzos.
Aún hoy no se si tenemos ese poder, si podemos transformar la realidad en sueño o viceversa y seguir viviendo nuestra vida en uno u otro lado sin hallar la diferencia.
--No te entiendo Fernando, me estás haciendo un lío tremendo en la cabeza.