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         Le repetí varias veces que no tenía por qué pagarme lo que yo había hecho. Que lo había hecho por que había querido, pero ella no pareció escucharme. Bendije su sordera. Ojalá todas las mujeres fueran igual de sordas, y no escucharan las pocas veces que les decimos que no. Así que aquella chica, Beatrice, pagó todos y cada uno de los golpes que yo había propinado aquella noche.

         A la mañana siguiente me encontraba como un hombre nuevo. No podía estar más feliz. Me recreé con el olor que Beatrice había dejado en mis sábanas. En aquel momento creía que ella se había ido, que no volvería a verla. Pero me conformaba con eso, una sola noche con un ser como Beatrice era mas de lo que merecía. Pero me equivocaba (mas de lo que yo mismo me podría haber creído), Beatrice apareció desnuda con una fuente con el desayuno. Y lo mismo hizo día tras día durante más tiempo del que fui capaz de contar.

         Creo que hubiera preferido que se fuera la primera noche, ya que no entendía que podía ver Beatrice en mí. Ya no le molestarían, ya no me necesitaba. Creo que la duda de si realmente me quería me amargaba la existencia. ¿Como podía ser tan idiota? ¿Cómo iba a encontrar alguien como yo el amor en alguien como ella? Entonces estaba hipnotizado, no podía verlo. Hasta que un buen día nadie me sirvió el desayuno. Y yo pensé que ella había considerado pagada su deuda.

           Pasó algún tiempo. No demasiado, aunque el tiempo sin ella se hacía demasiado largo. Hasta que no pasó Beatrice por mi vida y se fue, no comprendí lo lento que pasa el tiempo.

         Mi vida trascurría como siempre, peleas de dudosa legalidad en un ring viejo y destartalado. Alcohol y mujeres de alquiler. Pero ninguna como Beatrice.

         Entonces,  ella apareció de nuevo, se lanzó a mis brazos en cuanto yo abrí la puerta. Me besaba y me pedía perdón al mismo tiempo. Dijo que lamentaba haberse ido sin avisar. Que lo había hecho por que debía resolver unos asuntos. Que no podía abandonarme. Y que me quería,… dijo que me quería. Yo había pagado a demasiadas mujeres para que me dijeran eso, como para creer en aquellas palabras. Pero en aquella ocasión las creí, pensé que esas palabras podían ser sinceras. Por primera vez en mi vida empecé a pensar que el amor realmente existía. Que estúpido fui.

         Beatrice estaba más nerviosa que de costumbre, casi parecía asustada. Después de muchas preguntas me confesó que estaba asustada. Que temía por su propia vida y por la vida de su madre, incluso por la mía propia. Que aquel, chuloputas mafioso del tres al cuarto la había amenazado después de mi advertencia. Que ella corría peligro, que yo mismo corría peligro también. Que era más peligroso de lo que yo creía.  Pero yo no estaba asustado. Tengo demasiado poco cerebro como para sentirme intimidado por ese tipo de escoria. Le dije que no se preocupara, que sólo necesitaba otra de mis visitas. Que entraría en razón. Pero no me dejó hacerlo. Ella tenía un plan mejor. Un plan que nos permitiría librarnos de él y a la vez sería provechoso para nosotros. Yo no le hice demasiado caso. Aquella noche quería volver a disfrutar de sus encantos, pero al día siguiente le haría una segunda visita a aquel macarra.

     Por la mañana Beatrice me despertó. Dijo que debía explicarme su plan antes de que yo cometiera una estupidez. Vaya, ya me había calado. Entonces me explicó el magnifico plan que terminaría conmigo muerto en este maloliente pantano.

         En un principio no parecía tener fisuras, ni ningún punto flaco que pudiera salir mal. Aquella chica era inteligente. Mucho más de lo que yo nunca pude comprender. De todos modos había algo en todo aquello que no me gustaba.

         Ella sabía que su antiguo protector, el tipo del que quería librarse y tanto pavor parecía sentir hacía él a ratos, apostaba en el boxeo de vez en cuando. De algún modo que no entendí Beatrice sabía que la pelea del domingo había sido amañada. Lo cual me sorprendió pues yo mismo participaba en esa pelea y no había oído nada. Aunque era lógico el luchador que debía perder era mi oponente. Un camión de 120 kilos de músculo, frente al que yo no creía tener ninguna posibilidad. Así que ese macarra había organizado todo para que yo ganara la pelea y él y sus socios con sus apuestas sacaran una buena tajada. Era lógico que me eligieran a mí como ganador, nadie apostaría por mí en aquel combate. Nadie, salvo ellos.

         Beatrice sabía que mi contrincante se dejaría caer al final del tercer Round, yo sólo tenía que desplomarme antes y sacaríamos una buena tajada. Además ella se encargaría  de hacer correr la voz de que el combate había sido amañado por lo que las apuestas cambiarían de púgil ganador y nosotros sólo teníamos que apostar a favor de aquel camión musculoso. Más tarde nos encontraríamos en mi habitación de motel.  Era todo muy sencillo, nada podía salir mal. Aquel chulo maltratador tendría muchos problemas justificando el por qué había perdido tanto dinero que casi seguro no sería suyo. Para cuando las aguas volvieran a su cauce, nosotros ya estaríamos muy lejos de aquí.

         Sólo había una pega. Yo no me dejo amañar en las peleas. Todo el mundo sabe eso. Nunca me he vendido, salvo un par de veces en mis inicios. Pero después de aquello decidí que nunca más volvería a hacerlo. Y esta decisión me había llevado muchos disgustos, me había costado entrar en la liga profesional y que me partieran la cara de vez en cuando. Pero nunca había cedido. Este sería el combate número 555 que lucho sin ser corrupto, ganando cuando puedo y perdiendo cuando mi oponente es mejor y no se deja. El combate número 555, bonita cifra. En cambio aquella chica me pedía que traicionara mis principios. Y lo más grave es que yo estaba dispuesto a hacerlo sin oponer la mínima resistencia.

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