De repente vino el día del combate, y con ello, sin yo saberlo se acercaba impasible el momento de mi muerte. Yo me encontraba en ring soltando golpes no muy fuertes pero tampoco suaves, no quería que aquel mastodonte se fuera sin ningún recuerdo mío en forma de dolor. En cambio él me trataba como si yo fuera una delicada flor. Era evidente que no sabía como se amaña una buena pelea. No se atrevía a darme fuerte por si no aguantaba hasta el final del tercer asalto. Mejor. Aquello haría patente que el combate estaba amañado y las apuestas a mi favor incrementarían. Yo en cambio me cortaba sólo lo justo. No quería darle demasiado fuerte por si aquel orangután decidía tirarse al suelo antes de tiempo, por lo que mis golpes aunque fuertes no eran demasiado espectaculares. En cuanto empezó el tercer asalto, aproveché el primer golpe que me lanzó para derribarme de bruces contra la lona. Aquel golpe era una autentica mierda, pero visto desde cierta distancia parecía un buen golpe. Mi actuación fue más que creíble. Nadie me echaría en cara mi derrota. Yo en teoría no estaba al corriente de que el combate estuviera amañado. Por lo que no tuve demasiados problemas en marcharme de allí, pese al malestar que se notaba en el ambiente. Aquel macarra desgraciado tendría mucho que explicar. Mientras yo, iría a mi casa en espera de Beatrice.
Me serví un vaso generoso de buen Whisky, la única bebida que entraba en casa, puse algo de música, por supuesto algo de rock. Y mientras Guns and Roses invadían el ambiente con su Paradise City, yo la esperé sentado junto a la puerta. Quizás pudiéramos hacer el amor en aquella habitación antes de tener que marcharnos. Al menos así lo esperaba yo. Que iluso.
No fue Beatrice quien atravesó aquella puerta, sino aquel macarra maltratador acompañado de su camión boxeador y un par de hippies. Yo no entendí nada. Pero aquel macarra entre golpes propinados por su lacayo boxeador, que ya no me trataba como una flor, me lo explicó todo. Aquella zorra, (me dijo entre golpe y golpe) se había burlado de mí al igual que se había burlado de él. Dijo que ella le había dicho que yo había amañado la pelea. Que ella esperaba que ese maldito cobarde maltratador que necesitaba todo un ejército para entrar en mi piso, me matara. Que él también estaba jodido y que necesitaba una cabeza de turco. Dijo que sabía que yo era un maldito idiota, y que sólo había hecho lo que haría cualquier juguete en manos de una niña bonita. Pero que tenía que matarme. Juró que iría tras aquella guarra. Y que si la encontraba lo que estaba haciendo conmigo, sería una bendición. Yo sabía que jamás la encontraría. Era demasiado lista para unos estúpidos como nosotros.
Me había engañado. Llegué a creerla, creí que nos iríamos juntos, pero ella no me necesitaba. ¿Para qué iba a necesitarme una vez yo hice mi trabajo? Así que decidió librarse de mí. Tirarme a la papelera como un Clinex usado. Lo más grave de todo es que en el fondo de mi alma, yo no quería creer todo aquello. Yo seguía queriéndola. Que estúpido he sido toda mi vida. Y así en un mar de golpes, sangre y huesos rotos abandoné este mundo. Con la certeza de que la única mujer a la que amé nunca debía ser amada. Al menos los Guns and Roses seguían sonando durante toda la paliza.
El como llegué a este pantano, no tiene mucha historia, aquel par de hippies cruzaron el bosque conmigo a cuestas y me lanzaron a este estercolero natural. Nadie me encontrará aquí. No habrá entierro, ni flores, ni gente que llore delante de mi féretro. Pero bueno eso no me importa, ya que aunque hubiera muerto de otro modo, tampoco creo que tuviera nada de eso. Al menos no tengo una lápida ya que si la tuviera la única inscripción que sería adecuada, sería una en la que pusiera: “A nadie le importó en vida y a nadie le importará en muerte”.
Así que lo mejor será no dejar huella de mi existencia en muerte, como tampoco la dejé en vida. Por eso observo con aprobación como mi cadáver es devorado por las alimañas. Mi único deseo que acaben rápido con mi cuerpo, y que les sepa como si se tratara de auténtica ambrosía.