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-Lucía, ¿por qué hay tantas mariposas en el fondo del lago?- pregunté asombrado. ¡Brillan demasiado!

- Cada una tiene su razón-dijo ella sonriendo como siempre. Volteó a verme, y con ternura me plantó un beso en la mejilla.

La abrace mostrando cariño e indagué - ¿Por qué hay tantas muertas?

-No todas fallecieron Fabián, unas tan sólo duermen-. Dejó  la frase correr con el aire. El frío del misterio y de la noche me empujó a averiguar aún más. -¿Qué esperan?- pregunté.

- A  las personas que las olvidaron…deben creer en sus sueños. Esperanza. Fe. Tú sabes, esas palabras que ya no tienen sentido.

- Y las que nadan, me imagino que son las que siguen en la…

-No lo sé amor-interrumpió inquieta-. Nadie lo sabe, sólo son…-.

                                                              

Intentó despertarla, pero ella vivía en ese lugar que tantos doctores habían pretendido descubrir. La cargó y terminó por acostarla en su cama, estaba por irse, no había nada que pudiera hacer. Sin embargo una parte de él quería quedarse, una parte de él no quería perderla. Qué podía hacer, no lo sabía.

    Resignado, acercó la misma silla en la cual su hija leía tanto, y al sentarse la miró con cariño y algo de tristeza. Le tomó la mano y al besarla llegó al a conclusión que sólo restaba esperar.

                                                              

“Intenté deleitarme por esta extravagancia que alteraba la monotonía de mi vida, a la cual, me había acostumbrado con desdén.  Era la ocasión perfecta para romper con lo habitual, por lo tanto me uní al jolgorio de una vida sin vida, de una vida vomitada, me uní a mi propia burla.

 Unos gritaban, otros fingían disfrutar. Viviendo sin razón, buscando aventura en un lugar pacifico. Los que se creían divertidos, se movían al son de la música, todos siempre iguales, tratando de ser distintos.

Sucede el tiempo y el cuarto que a su vez era cocina, que a su vez era la sala, el bar, baño  y mi dormitorio, se colma de gente que grita y muere. Abunda el vicio, el humo  y todos los placeres que alguna vez me parecieron atractivos pero que ahora, quizá por mi edad, quizá por ella, resultan desagradables.

    Contemplo con asombro la orgía que estalla a mi alrededor. Al principio trato de no preocuparme; intento dejarlo fluir. Todo va a estar bien… todo debe terminar pronto. No obstante, entre cada segundo acontecen siglos, y las horas parecen ser infinitas. Veo los ojos vacíos, escucho las risas huecas, las súplicas, las mentiras, y en ese instante me pregunto,  ¿qué hago aquí?

Sentía cómo derrochaba mi esencia, cómo se apagaba la luz, sentía cómo olvidaba a Lucía; la que está lejos, la mujer que amo. Pronto me faltó el aire. No sabía si eran mis alergias, o las manos extrañas las que sofocaban mi aliento.  Mareado, intenté detenerlas, sin embargo ellas me besaban, ellas me rasguñaban, traté de levantarme pero fue difícil. Les traté de explicar que me asfixiaba, sin embargo a nadie le importaba, sólo querían que los acompañara a la soledad, al vacío.

Desesperado, los aparté con la poca fuerza que me quedaba. Todo a mi alrededor daba vueltas, mis piernas flaqueaban y después de caer varias veces, después de golpear la pared otra infinidad, di con la puerta y la abrí.

    La obscuridad era total, sin embargo no era negra, todo lo contrario, el blanco abundaba tanto afuera como adentro de la cabaña. La neblina trajo consigo al sueño, ahora todos dormían. La paz era sofocante, me pregunté si había muerto, pero resolví que al morir no puedes hacer preguntas.”

                                                                

La miraba pensativo, olvidando que tenía mucho trabajo el día siguiente. De pronto la mano de su hija le apretó con fuerza la suya,  y delineando con sus labios las palabras, murmuró –Corazón, Lucía- y el padre no pudo hacer mucho más que escuchar.

                                                               

“Mis primeros pasos fueron precavidos.  Grité. Esperaba un eco, esperaba silencio. Lo que normalmente sería una buena señal, ahora era algo extraño y perverso; la voz de una niña. La inocencia escondía malicia, la verdad se fugaba por entre mis percepciones. Le pregunté, ¿quién era?, ¿dónde estábamos? Y sólo escuché una voz que se alejaba repitiendo -¡Qué importa, qué más da!-.

    La frase resonaba cada cierto tiempo, cada vez más distante, cada vez más tenue. No tenia opción debía seguirla. Algo me inspiró confianza y apuré mi andar. De pronto la neblina comenzó a diluirse y ante mí se materializó un exuberante río que no hacía ruido, y además resplandecía con intensidad.

 

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