De piedra, me quedé de piedra, en cuanto apenas la divisé. Con un valor que ignoro de donde saqué, me acerqué a ella, llevando en la mano izquierda, apretado y espachurrado, un diente de ajo, que algun voluntarioso y con muy buen tino pensé en aquel instante, había ido a buscar por si las moscas topábamos con ella, Dios no lo quisiera, ya que era mano de santo contra las “meigas”, según afirmaba la abuela. Me planté ante ella, lanzándole mi más aterradora mirada, y temblando como un azogue, me di cuenta de que masticaba algo. Abrió la boca dándome un susto de aúpa y le vi “el diente” sólo uno y algo parecido a una bolita, que, en aquel momento creí se trataba de las maldiciones, y que ahora con un poco más de raciocinio concluyo debía tratarse de algo comestible, o no, que ella in tentaba triturar con su único diente, encías y…ufff! vamos a dejarlo ahí. Y, Le solté: - Tía Felisa! “VERRUGONA” Eso ero lo pactado siempre y cuando lo hiciera a voz en cuello condición indispensable para ganar la apuesta y el chicle, claro. Pero lo perdí.
Dicen que mi voz no llegó ni al cuello de mi camiseta. La discusión fue agria y muy dura, hasta patadas y arañazos hubo, porque a mí no me apeaba nadie de que lo había dicho y en voz tan alta que los del pueblo de al lado a buen seguro que lo oyeron también. Ni caso. Perdí en la votación, creo que uno de los mayores dijo que eso era democracia, y aunque ignoraba del todo lo que quería decir, por no pasar por tonta, cedí. Sin que contribuyera a mi rendición el hecho de que el que lo dijo era más alto, más fuerte, más, más todo, cedí para que vieran que yo también era aquello que habían dicho, y que se conoce que era algo buenísimo para todo el mundo mundial Me tragué mi orgullo, y allí me quedé, temblando aún, porque los demás no lo vieron, pero los ojos de la tía Felisa eran de color amarillo, masticando furiosamente una ramita de… algo, que sabía a rayos.
Cosas de chiquillos… qué tiempos. Y, a todo esto, ¿por donde iba? … a sí! “LAS MANCHAS”, una vez identificada una, fui mirándolas a todas atentamente. Madre del amor hermoso pues no estaban allí, disfrazadas de mancha, casi todas las caras de los difuntos del pueblo, al menos de los que yo conocía. Bueno, bueno, los tiritones que me entraron y el castañeteo de los dientes me asustaron aún más. No sabía qué hacer y seguía sin entender que me estaba pasando, continué pensando hasta que lo comprendí. Ya está, lo tengo, me había dormido. Si, eso era, estoba dormida, tenía un mal sueño y no podía despertarme, me aticé un tortazo de mucho cuidado, que me dolió mogollón, y me confirmó que dormida, lo que se dice dormida, pues no, no lo estaba. Volví a la mesa y miré otra vez el diario.
Allí seguía, quieto, sin moverse y sin que hubiera forma humana de entenderlo. ¿Forma humana? Pensé, y si lo que me estaba pasando es que me había muerto? y por eso no podía entender las mismas cosas que los vivos, y para ayudarme en tal trance los buenos vecinos se dejaban ver a través de manchas.
No me acababa de cuadrar que la tía Felisa La Verrugona también estuviera allí, pero, bueno, de todo ha de haber en la viña del Señor, o eso decía D. Julián “EL Pescozones” y párroco del pueblo. Atizaba unos pescozones en el cogote! que te dejaban atontada media semana. Céntrate, céntrate me dije, que te dispersas y te pierdes. Analicemos los hechos uno por uno y con sensatez. Sensatez yo? Ja ¡ Bien, vale, yo me había muerto. Sí, era evidente, sino a santo de qué todos los difuntos iban a estar allí mirándome sin parar y fija, muy fijamente.
Cerré los ojos, y me vi, me vi allí mismo, en la caja, con un vestido horroroso. Siempre utilizaba pantalones. Blanca como la cera de los cuatro velones que me rodeaban, con un rosario y una estampita de la Virgen de la Encina entre las manos. Eso sólo quería decir una cosa que era un alma en tránsito, me hubiera gustado que mi abuela estuviera allí porque ella sabía mucho de esas almas transitorias, al menos hablaba mucho de ellas. Ignoro si con ellas también. Como tal, alma en tránsito, yo estaba viendo lo que pasaba pero nadie me veía a mi.
Bueno, miento, me veían, pero muerta. Hay que ver como es la gente no había nadie velando mi cadáver. Sola, allí, sin nadie, esperando…no sabía qué, pero esperando. Me concentré, porque en las películas, que también las hay que hablan de eso, si los que se morían sin darse cuenta no se concentraban no veían LA LUZ, y no podían irse al otro mundo. Seguí concentrándome, hasta que….mira! Jesús Bendito! Qué susto! Noté un fuerte golpe, un aire gélido, era diciembre, eso lo recordaba, y, en medio de una gran luz estaba él. El que fuera porque no le veía la cara. Grande inmenso con un palo en una mano y algo que echaba fuego, bueno, vale, luz, en la otra, Dios mío pensé éste debe ser el ángel de los malos y no me pareció justo, tampoco era para tanto. Ya no era una niña pero no tenía una edad como para haber hecho atrocidades tales que merecieran mi entrada y eterna permanencia en el infierno., que además eso debía ser muchísimo tiempo.
El, el que fuera entró en la habitación, emitiendo unos sonidos que no entendí, o sí, sí que los entendí, el muy, muy malo, más que malo, se estaba riendo, riéndose de mi. Una pobre muerta, En la flor de la vida como aquél que dice y el condenao se reía. No me eché a llorar porque claro al estar muerta no podía, pero si no, lo hubiera hecho, pero de rabia. El fulano siguió avanzando hasta que la luz de la bombilla le iluminó la cara.