Afuera la llovizna gris, lastima y abre un surco frío en el vidrio
Una lágrima gélida en la tarde cae sobre un pétalo ardiente de luz
Una trémula hoja de otoño duerme su sueño en el suelo
Una sutil gota resbala y le abre una grieta al vidrio empañado, transcurre por el marco de la ventana y baja por la pared hasta el zócalo, allí parece detenerse para respirar y recuperar energía, para luego proseguir su último viaje de gota, que por fin se agota al legar a la superficie fría del suelo.
Otra gota cuelga del marco en temblorosa espera, se alarga la agonía mientras estira el cuello y aguarda el momento del último viaje.
Luego, una y otra gota viajan por el vidrio empañado, abriéndole más y más surcos, como desgajando la superficie impasible de silicio.
Así el rostro, igual que el vidrio, inmutable miraba, esperaba y contemplaba, húmedo.
El espiral del humo subía hasta el techo, chocaba y se desvanecía, se diluía y moría una muerte lenta e irreversible, como el pétalo, la hoja y la gota en el pequeño jardín.
Cuando se fue era otoño, por lo menos tres y no volvió, recuerda que dobló en la esquina y el último tramo del zapato.
Las gotas de rocío resbalaban por su cuerpo, también trazando grietas en la superficie de la ropa, siguiendo su irreversible destino, muriendo lentamente en dirección al suelo, como aquel amor que se iba y caía irremediablemente desnudando su cuerpo, como aquella hoja que al caer desnudaba al rama de la vida.
Apagó el cigarrillo, luego el velador, se levantó del sillón y fue hacia la ventana que parecía desangrarse, se detuvo, ubicó los ojos sobre el pañuelo, húmedo ya, seco antes de ayer, planchado prolijamente cuatro días atrás, “vuelves en todo lo que nombro”, dijo entre dientes retorciendo el pañuelo, que al fin lloró sobre el suelo de mosaicos. “El amor, el más rotundo de los desequilibrios de la razón”, escribió sobre las grietas-surcos del vidrio, desordenando el estético caer-morir de las gotas, “misterioso desconcierto, de ser en otro ser”, dijo ahora en voz alta, luego hizo silencio y miró a través del vidrio perdiendo la mirada en una gota que colgaba de una hoja, al caer la gota dijo, “ aún te amo, ¿lo he perdido?, ¿la he tenido?”, se preguntó, “tal vez, sí”, se contestó y agregó, “ de nosotros, todo, simplemente nos amamos, a pesar y a destiempo”, escribió eso en el aire espeso de la habitación, “al fin, el hombre del hombre enemigos íntimos siempre, irremediables ya”, estrujó otra vez el pañuelo que volvió a llorar, lo guardó en uno de los bolsillos al tiempo que decía, “ahora te olvidaré, desde ahora en adelante, serás el olvido olvidado, el mayor olvido que llegues a ver en tu miserable vida, o tal vez no”.
Giró sobre los talones, caminó, abrió una y otra puerta y salió a la calle…
Era otoño, hace por lo menos tres y no volvió.
La brisa de sal aun no ha llegado al jardín…
Paillan