Recorría el país a pura pata, como dicen los campesinos. Un morral al hombro, chaqueta para el frio, cantimplora con agua, vara de bambú para apoyarse y espantar perros cuando era necesario y algo de dinero en el bolsillo por si acaso.
Miles de kilómetros recorrió por la geografía de la patria con su inquebrantable voluntad y fuerza en las piernas. Se metió por sendas prohibidas porque no permitía que nada lo detuviera o cambiara la ruta premeditada. Siempre lograba pasar.
Un día encontró letreros de prohibido el paso, peligro, vía cerrada, banca inestable, no pase, etc. Y su terquedad lo impulsó a seguir su camino. Un campesino que encontró a la orilla de la vía le dijo que no siguiera por donde iba, que diera un rodeo. Eso lo impulsó a acelerar sus pasos y en una curva resbaló y cayó en picada en el abismo que se formó días antes cuando se hundió la tierra.