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Érase una vez, una chispa... érase una vez, un incendio...

Una sensación de tibieza que se fue transformando en lava ardiente a medida que la fricción aumentaba. Una oleada de calor que se extendió con rapidez por su piel, estaba ardiendo…

Era un día extraño. A pesar de que estaba consciente, tenía la sensación de que su vida pendía de un hilo: una conexión que la ataba con la materia y al mismo tiempo la hacía perderse en la infinitud de la nada. Tan sólo unos cuantos minutos antes descansaba con despreocupación en medio de sus fantasías…

 Flaca, desgarbada, casi insignificante, hubiera pasado desapercibida a no ser porque una hermosa cabellera de color rojo, que resaltaba su rostro a la perfección, la hacía tan deseable a los ojos de los hombres. Capaz de proporcionar calidez y bienestar, también lo era de generar voraces incendios que abrasaran los cuerpos y las almas.

Ella lo sabía… cuántas vidas habían sucumbido a la magia de sus encantos, sin embargo era a la vez tan frágil: una sola caricia, un instante sublime de pasión y podía sumergirse sin retorno en el fuego de su propia esencia.

Estaba ardiendo, su razón se tornó confusa, las sensaciones se agolparon en su cabeza, sus fantasías de grandeza y su anhelo de reconocimiento se estaban haciendo realidad, una chispa, un instante, una explosión de colores y una oleada de calor, el clímax, el olor a tabaco, una voluta de humo y una suave brisa que apagó su vida para siempre.

***

Cruel destino para una cerilla. ¡Descanse en paz!

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