Desde que llegó a la casa fijado en la parte frontal de un ramo de flores con collar en cinta de agua haciendo un moño, fue la insana sensación, el perfecto corte drástico que merecía el imperante desapego inconsciente al que fue ajusticiado por las mellas de la inexperiencia el pobre amor desmayado de una pareja de jóvenes que se empezaban a amar recién, se empezaban a odiar con alma y corazón, con mordaz aliento dulce amasaban la muerte de su amor sellándolo sin saberlo con un osito de peluche y un ramo de flores que días luego, como su amor, moriría.
Ya el pobre desde antes de ser peluche cosido, destinado estaba a matar amores, a invocar muertes necesarias para los espantos del alma de un humano fanático del empeluchado amor, ya estaba sentenciado al castigo helado en las pailas infernales del fanfarrón creador del mundo del amor, desde antes de ser planeado por los archivos cigüeñales de Paris. Grandes proporciones de las plantas mundiales quisieran tener un grado de fortuna del que las flores que sirven de obsequio legendario desde que la mujer existe gozan por designio mágico del infinito, tener unas gotas de polen de un dulce padre de las costosas colonias, ser exhibidos orgullosos en floristerías del planeta, con un solo rumbo, una mujer que con los ojos abiertos cada vez más, las recibe sin saber que las flores mataran lo que ya empieza a podrirse desde que es, desde que nace, desde que es concebida sin responsabilidad, sin tener razones para quedarse, menos irse, una flor, un oso, pueden matar un amor si no es amor.