Doña Candelaria vivía muy aburrida y cansada, porque no podía descansar en la noche debido a los ronquidos de su esposo- a pesar de los muchos años de matrimonio nunca pudo acostumbrarse a ese ruido nocturno que la desesperaba.
No valieron los tapones en los oídos y las pastillas para dormir ese sonido insufrible la acompañaba hasta en sueños y despertaba asustada porque soñaba que estaba en medio de una tormenta y retumbaban los truenos y relámpagos, cuando su corazón recobraba el ritmo normal y se daba cuenta que estaba en su cama con su esposo se tranquilizaba y trataba de conciliar el sueño de nuevo le costaba mucho trabajo.
Ensayó de todo para curar a su esposo: empujarlo, taparle la nariz, unas gotas que le dio una amiga, ponerle una almohada sobre la cabeza, etc. Y nada, ella se rindió y muchas noches bajaba a la sala y se acostaba en el sofá donde dormía incómoda sin ronquidos ni pedos, que también aportaba su cónyuge.
Por fin, una noche pasó sin ruidos nasales y guturales de su amado compañero. Despertó cuando ya el reloj marcaba las ocho, algo inusual en ella, pero agradeció a Dios esas horas de paz y silencio y se levantó a preparar el desayuno y como agradecimiento lo llevó a su marido a la cama. Lo llamó con suavidad, lo rebulló con cariño, pero nada, el hombre no se movía; le tocó la frente y la sintió demasiado fría y entonces la realidad la golpeó como un rayo; su amado estaba muerto.
Edgar Tarazona Angel