Justo después de escuchar de esos labios enmarcados con entorchados bigotes engomados por el sudor, que cuando se le acabaron las ganas de seguir en busca de anónimos dueños de paredes, portadoras orgullosas en silencio de sus obras de arte, sin refunfuñar por los clavos atravesándole los intestinos, cuando la humedad de los lienzos por la culpable mezcla de color se escabulló al más allá y los inocentes pinceles sin marca, sin mancha, sin usar, seniles ya, de vírgenes querer estar se oxidaron.
Sin temores ni remordimientos de prestigioso artista creador se dispuso, haciendo grandes esfuerzos para no pisotear con rudeza sus creencias, con suficiente agilidad para no maltratarse en demasía, con inmensas ansias por poco infantiles, de pintar sobre lo ya pintado, de crear sobre su propia creación, ese sublime instante registrado en los anales de la historia cuando de la creación agonizada, perfecta, se termina por hacer una Eva de una escéptica costilla curvada.
Caminar lo caminado divisando paisajes familiares ya para la retina inmortal y así, terminar por aprender a ver lo que no se debe hacer cuando se acaban los vírgenes lienzos pacientes; justo después, me volví arte suyo, mezclado con mi cuadro bajo el brazo.