Esta anécdota es de Nelson Ramírez, el cojo o "Tarántula", como lo apodamos después del accidente que voy a relatar. Este muchacho tenía una pierna más corta que la otra y andaba con bastón, como puede suponerse era uno de los objetos de burla en el barrio; además, se ponía de los mil demonios cuando era objeto de nuestras bromas y eso lo hacía más vulnerable porque mi amigo Ricardo P, también era cojo, pero no se la dejaba montar de nadie.
El papá de Nelson tenía fama de ser adinerado y tacaño, más de esto último que de lo primero, de manera que Nelson y sus tres hermanas (bien feas, por cierto) que llamábamos “Las repisas”, vivían con la esperanza de heredar al anciano cuando falleciera pero el viejo no daba señales de agonizar y la esperanza se fue diluyendo con los años ya que el anciano parecía inmortal.
Cualquier día Nelson sacó prestada una bicicleta para ir hasta el centro de la población a hacer un mandado, al llegar a la carretera principal no miró hacia los dos lados y salió sin precaución. Él que sale y una volqueta que lo atropella con chirrido de frenos, invocaciones a Dios y maldiciones del chofer por la imprudencia de Nelson. Como siempre ocurre en estos casos, en cuestión de segundos se amontonó medio barrio y gente de los barrios vecinos a fisgonear el incidente.
El muchacho estaba tirado en mitad de la carretera, blanco como un muerto y quieto como si hubiera fallecido, en medio de un charco de sangre. Por fin, alguien se agachó, le tomo el pulso y acercó la mano a las fosas nasales:
- ¡Está vivo, respira!- dijo.
- ¿Qué hacemos?
- Llamen a alguno de la casa.
La mamá de Nelson, una señora gorda y perezosa llegó jadeando, preguntó cómo estaba y cuando supo que estaba vivo y sin heridas mortales pidió espacio para pasar a verlo. Se quedó mirándolo con lágrimas en los ojos y le dijo con tono de reproche:
- ¡Preciso tenía que llevar el saquito nuevo...!