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Cuando en nuestro planeta, La tierra, muchas personas sufrientes soportaban su dolor sin exhalar un quejido, a un vendedor estrella se le ocurrió vender ayayay.

Como el mundo, poco a poco, se volvió completamente masoquista, el comerciante se llenó de dinero vendiendo quejidos de diferentes calibres.

Un ¡ay¡ por un pinchazo en un dedo; dos ¡ay, ay¡ por un tropezón que cualquiera da en la vida, ¡ ay, ay ,ay¡ por dolores más intensos y, por las penas de amor, que lo hicieron millonario ¡Ay Dios mío¡ con suspiro y todo.

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