Miró el campo inmenso por largo rato y, moviendo lentamente su cabecita ingenua, se topó repentinamente con el bosque, oscuro e impenetrable.
Caminó unos pasos más y se detuvo frente a un peral, que viejo y algo ladeado, quebró el entorno verde con su tronco blanquecino y quejumbroso. Allí se quedo largo rato, no tenía prisa, y el inconmensurable esplendor de la cruda naturaleza lo envió a un mundo nuevo, espeluznante, exquisito. La brisa rozó su piel casi sin notarlo, trayendo consigo un aroma distinto, virgen, con matices de humedad profunda y canela. Cerró sus ojos.
Fue entonces cuando los rayos del astro rey se colaron tímidamente entre las nubes formando puntos de luz desparramados por doquier casi sin ganas.
-Señor, déjate ver por favor- susurró Siddartha.
Y el peral comenzó a florecer….