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Una negra grande, hermosa, coqueta y promiscua compartía con los varones del pueblo su cama y su cuerpo  sin distingos políticos, raciales o religiosos. Resultado de estos amores desaforados fueron ocho negritos de diferentes tonalidades y distintos progenitores, pero con un asombroso parecido a la madre, que recorrían el poblado ofreciendo diferentes comestibles:

- ¡Las arepas de laja calientes!

- ¡Los envueltos de mazorca fresquitos!

- ¡Las almojábanas!

Y es que la mujer amasaba unos panes de maíz y de trigo que eran la delicia de todos. Como cosa curiosa, todos sus vástagos llevaban el mismo nombre: Hermógenes, que le hacía recordar al primer hombre que la hizo mujer. Al ser cuestionada por una trabajadora social el resultado fue algo así:

- Carmen Julia, si todos sus hijos se llaman igual, ¿cómo hace para diferenciarlos?

- Por el apellido doctora, por el apellido.

 

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