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    Un poderoso millonario muy conocido, de estado civil soltero muere de forma repentina. Esa noche en su velorio se reúnen, hermanos, cuñados y sobrinos ante la inesperada pérdida.  En cada rincón de la sala, en la antesala y en el patio interior, se entrelazan comentarios, susurros y preguntas, muchas de ellas capciosas y fuera de lugar. Los allegados y conocidos del difunto saludaban con respeto a los posibles deudos. Café y cigarro de por medio, la noche pasó volando.

    Está todo dispuesto por el finadito. El mejor cajón, capilla ardiente, las mejores alfombras, y las flores de su preferencia, las rosas rojas.

    Se realiza el sepelio en el panteón familiar, rodeado de amigos, familiares y un grupito de mirones, como siempre suele suceder.

   Pasan los días y aquellos que lloraron lágrimas de cocodrilo, hoy están preocupados por el testamento. Llamadas telefónicas, visitas que antes nunca se supieron hacer, eran el reflejo de estos zorros con cuero de corderito.

  Pasados los treinta días el escribano de Don Francisco Martínez Sánchez, el finadito, ordena una reunión en su oficina.

   Nadie faltó a la cita. Muchos de ellos no habían pasado ni por la esquina del velatorio, y sólo conocían a Don Francisco por fotos de familia.

   El notario ubicándose los lentes sin prisa ni nervios, observaba con disimulo el cuchicheo de los presentes,  nerviosos por la decisión del ausente.

   Todo estaba preparado para leer el testamento. El profesional pide silencio a los presentes y les expresa: “Don Francisco me ha dejado encargado de reunirlos a todos Uds. para informarles que su herencia será entregada a centros de beneficencia, hospitales, hogares, etc.” No faltó el mas osado de los presentes que se levantó y con voz alta alterada expresó: “Cómo, él no podía hacernos eso, somos sus parientes, los de su misma sangre, los que más lo queríamos”

    El profesional esboza una leve sonrisa, cuando al fondo de la habitación, lentamente se abre una puerta. ¿Quién aparece? Don Francisco. “No puede ser dijeron todos, si fuimos a su velatorio y luego al sepelio”

   Con paso firme y decidido Don Francisco llega hasta el escritorio del notario. “Primeramente les voy a decir que el muerto era un querido amigo, que no tenía familiares, y tuve la satisfacción de cumplir con su última voluntad, morir dignamente.”

  “Segundo, no todos Uds. estuvieron en el velorio ni fueron al entierro, pero hoy quieren mi dinero. Para tener mi dinero tendrán que ganárselo. Y no olviden que para llenar la vida de afectos, lo deben hacer con presencia y no con ausencia.”

    En silencio y con las cabezas bajas los presentes se retiraron del recinto. Con la conciencia tranquila de la lección impartida a los que se llamaron “familia”, se sentaron con el amigo profesional  y cómplice a saborear un sabroso café.

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