Nos conocimos a las afueras de la universidad. Al día siguiente quedamos en vernos sobre las seis de la tarde; a esas horas el sol ya no cuaja las mochilas ni la piel, todo parece desvanecerse. Llegó cinco minutos tarde; es la naturaleza de todas las mujeres. Laura es de aquellas mujeres precavidas; de pausado caminar, de piernas largas y contorneadas, de labios excitantes, de ojos vivaces y mirada fugaz, de manos que conocen el trabajo.
No se disculpó y yo tampoco tenía la intención de reprocharle nada; en estas cosas soy novato; creo que se me hizo tarde para el amor. Nos sentamos en la banca que daba frente a la cafetería; allí sirven un café que me hace alucinar.
Un perro me mueve la cola, es el mismo que ha contado mis pasos desde aquel parque donde han asesinado a un hombre hace dos horas; creo que es una señal y ahora me asusta. Se acerca un hombre; le calculo unos cuarenta y dos años y unos diez más por vivir; su piel es cobriza; arrugada como una hoja; el tiempo se ha posado en sus cabellos; tiene la tristeza de las palomas de la plaza; se nos acerca y se disculpa.
Le pregunté sobre aquel incidente en el parque al saber que era dueño del perro. Laura me miró con la confusión de las niñas en un cuarto oscuro. Pude sentir el miedo en sus labios, sus dientes rechinaban como cascos de caballo mientras clavaba sus uñas en mi antebrazo. Alstila se llama, nos dijo el hombre que tenia el aliento de mujer abandonada. Me sorprendí y quedé confuso. Laura, atenta le preguntó quién era Alstila; el hombre con los ojos desorbitados y balbuceando solo dijo que era un santo. Dijo también que está en aquel parque y ha resucitado al hombre que yacía ensangrentado. Me reí de forma sarcástica; Laura me hizo señas con los ojos y me callé. El hombre se percató de mi burla y nos hizo la invitación para ir a verlo y agregó que Alstila, resucita los muertos. Incrédulo yo, convencí a Laura para que me haga compañía; total, el lugar quedaba a dos o tres cuadras. Nos paramos para ir al encuentro de Alstila; el hombre se despidió con una sonrisa en los labios y un apretón en las manos; creo que estaba de frío; sentí su helada mano que el frío caló hasta mis huesos.
Caminamos unos metros y al voltear para ver al hombre éste ya había desaparecido. Laura y yo comenzamos a caminar, desde lejos podíamos ver la multitud. Laura se emocionó y empezó a correr.
Nadie lo vio o quizá fue la imprudencia de la inquieta Laura. No sé de dónde salió. Parecía un cohete de cuatro ruedas. Fue inevitable. Laura yacía tendida en el suelo, la habían atropellado.
Me desesperé; todo en mí se convulsionó; estaba hecho un hospital de nervios. Cogí a Laura en los brazos y empecé a correr pidiendo ayuda. La muchedumbre abrió paso y entonces estaba frente a un niño de tez clara, de ojos limpios como el agua en el campo. No sé ni porqué prenuncié el nombre de Alstila. El chico se inclinó ante mi, me tocó el hombro y me pidió resignación; yo no podía aceptarlo. Fue ahí que recordé al viejo hombre, al dueño del perro; y le dije que me habían dicho que Alstila resucitaba a los muertos; le supliqué que no haga la excepción con Laura. Aceptó mi súplica pero me advirtió que tenía que pagarle por resucitar a la frágil mujer. Le expliqué que no tenía dinero en esos momentos y… él echó a reír.
No es dinero lo que te pido; no es dinero hijo mío, me dijo el niño y luego sentenció. Para que la mujer resucite debes pagarme con alguna parte de tu cuerpo. Le dije que escoja lo que él quisiera. Ya escogí, me susurró; y puso su mano en uno de mis ojos y sin darme cuenta me lo arrancó; luego lo limpió y se lo tragó como una pastilla; después de eso, puso sus manos sobre Laura y una luz verde entraba en su pecho; el cuerpo de laura empezó a convulsionar y como luchando se levantó; estaba viva; mientras en mi cara había un hueco que no sangraba; era el vacío que dejaba uno de mis ojos. La gente se inclinó y también yo; en ese instante vi mi mano manchada con una sustancia azul y recordé al viejo cuando me extendió la mano y sentí ese frío estremecedor. Me acerqué a Alstila y le pregunté por dicho hombrecillo, el del perro. Ah, el cojo, me dijo; él ahora es un muerto andante porque nadie ha pagado un ojo por él.