Allí estaba, erguida en el pedestal, la sirena que ofrecía el cántaro al sol, de donde brotaba perenne el hilillo de agua que regalaba estrellas multicolores en el día y fulgores diamantinos en la noche.
El rostro sereno de cara al cielo, el torso de mujer perfecta y el rastro de su ancestral leyenda dibujado en escamas enroscado en apenas en un trozo de aquella roca perdida en el cielo que simulaba el mar.
La fuente de la plaza que estaba al frente de mi oficina me prodigaba un momento de paz cada medio día (a pesar del bullicio) y me regalaba ilusiones cada noche que solía sentarme en la orilla de la baranda que la separaba del resto y donde el agua se arremolinaba al son del suave murmullo de su eterna canción derramada de sueños.
Aquella sirena se había convertido en mi consejera y mi terapeuta de días aciagos y malas temporadas, era la amiga de alegrías fugaces y a veces la impertinente de momentos de romance.
Tenía un rito con ella, cada principios de mes, al recibir mi salario, lanzaba una moneda a la fuente pidiendo un deseo, siempre de noche, siempre espiando que nadie me observe, era como un secreto nuestro, se convirtió en la guardiana de mi eterno miedo al futuro, porque siempre le pedía que no me faltase el pan del siguiente mes (siempre fui cursi).
Pasaron años, muchos años, ya casi al borde de mi jubilación vino el temido anuncio de un "recorte de plantilla", hicimos huelgas, luchamos y ¿saben que?, ganamos, se retiró el anuncio, y al mes siguiente la empresa se declaró en quiebra, nos dejaron colgados y nos echaron a la calle.
Nos arrepentimos en el alma de toda nuestra lucha, pudimos habernos quedado con los centavos que nos ofrecieron, pero ahí estábamos a merced de lo que podía suceder.
La noche que fui a recoger mis cosas (ya tarde) pedí a uno de los jóvenes guardias (que me conocía de siempre) que me permita entrar a pesar de la hora, no quería ver a nadie y era mejor así, huir casi a escondidas. Esa noche vi luz en la sala de reuniones y viejo y curioso como soy me pegué a la puerta para enterarme qué pasaba a esa hora tan inoportuna en aquel lugar tan importante.
Me enteré que la empresa había hecho un negocio y que todo aquello no era mas que una buena jugada financiera para quitarnos de en medio a los peleones. Quise entrar y plantarle cara a los muy sinvergüenzas, pero fue tal el abatimiento y la desilusión que solo opté por irme y alejarme de esas serpientes que me di media vuelta y salí del lugar.
Me senté como siempre a la tenue luz de la fuente y a la sombra de la sirena preguntándome qué iría a pasar conmigo ahora, ya viejo, sin nadie y sin medio de sustento.
Opté por lanzar una moneda mas para pedir mi acostumbrado deseo, me paré en la orilla y lancé la moneda, con tan mala suerte que el impulso me arrojó al agua, parecía que aquello no tenía fondo pero lo tenía, luego de el susto de la caida y la sorpresa del chapuzón sentí las lozas bajo mi cuerpo y me incorporé como pude, el agua me llegaba hasta el cuello, a pesar de todo era muy hondo, no parecía tanto desde afuera.
Me costaba guardar el equilibrio los guijarros y el sedimento del fondo me incomodaban, y de pronto volví a caer, me dejé llevar hasta el piso para acomodarme mejor y fue ahí cuando lo sentí, todo estaba lleno de monedas, las sentí en mis dedos.
Sin pensarlo dos veces me llené los bolsillos de ellas y salí como pude.
Abrí una pequeña revistería con lo que fui sacando durante algún tiempo, cuando tuve lo suficiente para abrir el negocio dejé de saquear a mi querida sirena, pero voy siempre a la fuente a devolver poco a poco (con deseos diferentes esta vez) la ayuda que me brindó mi sirena de tantos años en la vieja fuente que está en la plaza en frente del nuevo hotel que se abrió hace poco.