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Este cuento lo escribí para un niño muy lindo e
Inteligente que es mi nieto, con todo el amor del mundo.

Damian fue con su mamá a visitar a la tía Magalis, él como niño en la edad de ‘quiero saberlo todo’ estaba inquieto.  Miraba todo ya que era nuevo para él, entró al cuarto de Alan, que estaba durmiendo y lo despertó y así siguió hasta que llegó al garaje donde encontró un juguete.  Que será?... Lo tomó sin perder tiempo y lo llevó a la sala.   Fue donde Magalis y esta sonriendo le dijo:

    - Es para ti, puedes abrirlo.   

    Era una caja muy bonita, pero ella tuvo que ayudarlo a sacar el juguete, era un carrusel muy lindo con caballitos de diferentes colores, que giraban y tocaba una música navideña.

    El pequeño estaba fascinado y así mientras recorría con su mirada los caballitos dando vueltas, la música y su imaginación lo fueron transportando a otro lugar.

    Él estaba allí montado en el caballito blanco que era el que más le gustaba, sus manos sujetaban las riendas y sus pies calzados con botas negras y brillantes estaban apoyados  en los estribos.

    A su lado en un caballo negro estaba su papá que lo miraba y sonreía divertido, ambos emprendieron una veloz carrera, hasta que llegaron a una verde pradera donde se detuvieron para que los animales descansaran y bebieran y comieran.

  El lugar era hermoso, corría por allí un arroyo de aguas frescas y cristalinas, bordeado de verdes árboles cargados de frutas maduras que con su peso doblaban las ramas hasta casi llegar al piso.

   Los dos, Damian y Jorge que así se llama su papá se bajaron de los caballos y los dejaron libres por un rato para que saciaran su hambre y su sed.

   Ellos también disfrutaron del lugar sentándose a descansar a la sombra de uno de los árboles que desgranaban sus frutos de colores.

   Sin hacer mucho esfuerzo el padre tomó una fruta y se la ofreció al niño que rápidamente le dio un mordisco, saboreándola gustosamente, cuando siente una mano que lo toca en el hombro y le dice:

    -  Damian, tienes hambre, toma aquí tienes un helado.

    El niño vuelve a la realidad cerrando la boca y dejando de saborear la deliciosa y jugosa fruta imaginaria y dándose cuenta que efectivamente tenía muchas ganas de tomarse aquel delicioso helado de vainilla con nueces que la tía Magalis le ofrecía y que era de verdad.

    Dándole las gracias lo tomó y lo devoró como niño al fin derramándose un poco en su camisa pero muy contento.

Fin

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