Una potente luz proveniente de las alturas, que no era el sol, iluminaba el lugar habitado por incontables hombres y mujeres con rostros apesadumbrados, propio de los cautivos. Más allá, una impenetrable oscuridad los rodeaba. No había muros ni custodia, el terror a esa noche eterna era lo suficientemente persuasivo para no intentar escapar.
No había arboles, vegetación ni animales. Vista de arriba, el sitió parecía un brillante disco blanco picado por pequeños puntos que reflejaban la sombra de estas personas, en contraste con un fondo oscuro muy intenso e infinito.
Algunos pensaban que era una isla maldita o algún experimento norteamericano, ya que nadie recorvaba como había llegado, aunque todos sabían que cometieron algún terrible pecado.
Estaban divididos, para no estorbarse unos a otros, en pequeños rectángulos que habían acordado respetar; no tenían muebles ni muros tampoco. Dentro podían caminar, sentarse en el piso, hablar con sus vecinos o dormir.
Existía entre ellos un hombre de pequeña estatura, moreno y con una mirada muy penetrante. Solía quedarse largo tiempo pensando en su vida cuando era libre: todo lo podía comprar con una enorme riqueza; su soberbia era irritante. No estaba arrepentido, solo lamentaba haber sido despojado de ella.
Junto a él, vivía un hombre extremadamente obeso; casi no podía moverse. Aunque ahora no comía demasiado por la angustia de estar allí, antes no tenía límites a su gula.
De repente se le aparece al hombre pequeño una figura de aspecto fantasmal que le dice sentenciosamente:
- Cuando duermas vendré por ti para llevarte -. Luego desapareció.
Este hombre de inmediato pensó, sin dudar, que era el ángel de la muerte. Aunque no estaba disfrutando de este lugar, tampoco quería morir. Comienza a urdir un macabro plan. Esperó que su compañero obeso se durmiera y luego, con mucho esfuerzo lo arrastró a su rectángulo. Posteriormente lo tapo con muchas mantas: esto no suscitó sospecha ya que siempre hacía muchísimo frío.
Creyó que con esto podría engañar a la muerte cuando lo viniera a buscar. Al despertar, no vio a su víctima en el lugar que lo había dejado. Su alegría fue inmensa: ¡ lo logré!, pensó.
De repente sintió una fuerza irresistible que lo llevo a traspasar los límites de este lugar de luz y penetrar en la oscuridad que tanto temía. Sus manos extendidas trataban de frenar vanamente este destino. Fue arrastrado largo tiempo hasta llegar al borde de un tenebroso abismo iluminado con enormes llamaradas de fuego que venían de su interior. Una voz aguardentosa salió detrás de él y le dijo:
- El lugar en que te encontrabas era el “purgatorio”, en donde los hombres intentan limpiar sus pecados para poder entrar al cielo. El ángel que te visitó era Gabriel, que conduce las almas a la gloria de Dios. El traicionar para salvarte, te condeno.
Fue arrojado al infierno. Solo se escuchó un grito desgarrador mientras caía.