Todos decían que David y Eloísa eran una pareja perfecta: jóvenes, saludables, bellos y, lo más importante, se amaban y no se restringían de manifestarlo en las reuniones familiares. Las dos familias estaban seguras de que esta relación debía consumarse en un matrimonio.
Todo marchaba muy bien hasta que al joven ingeniero le salió un empleo de carácter inmediato en Europa y, por el futuro de su relación, aceptó con el beneplácito de su prometida. Antes de viajar con permanencia obligatoria de un año, habló con sus suegros y les pidió la mano. Ellos aceptaron encantados, era el mejor partido que podía tener su querida hija.
Como suele suceder, el muchacho era un poco celoso y hablando en privado con su suegro le hizo prometer que pasara lo que pasara le daría la mano de su novia a lo que el hombre le juró sobre la Biblia que lo cumpliría. Seis meses después de su partida la chica falleció en un accidente de carretera. Su padre recordó la promesa sagrada hecha a su prometido y decidió cumplirla al pie de la letra, tal como él lo entendía.
En un paquete envuelto en papel de regalo muy fino, le llegó a David un obsequio marcado como: debe tratarse con mucho cuidado. En la mesa central de la sala colocó el regalo y desató las cintas que lo envolvían, destapó la caja y allí, entre sedas estaba la mano derecha de Eloísa. Su suegro cumplió el juramento.
Edgar Tarazona Angel