Soy un perro labrador de 16 años, mascota de una familia y pensé que era parte de esta, lo sentí a lo largo de mi vida, me llevaban con ellos en vacaciones y compartía los juegos de los niños; primero con los hijos y después con los nietos, pero los años no pasan en vano y llegaron las enfermedades y el cansancio de la edad, ahora sólo hago estorbo.
En varias ocasiones mientras estaba echado en un rincón, aparentemente dormido, los escuché hablar en voz baja sobre mi futuro; las opiniones siempre estaban divididas entre aplicarme algo que no entendí, pero recuerdo la palabra Eutanasia, o llevarme en el auto de la familia lo más lejos posible y dejarme abandonado. Digo lo más lejos porque dos veces, sin querer, me olvidaron en el campo y pude regresar con mi sentido canino de orientación y mi olfato. Pero hoy no sabría retornar.
Los niños, que ya son hombres, prefieren la eutanasia, dizque para ahorrarme sufrimiento, estoy viejo, pero me siento contento en mi rincón preferido echado sobre el tapete que una vez me regalaron, no quiero morir. El abandono me aterra, ya no sabría regresar, me falla el olfato y me duelen las patas y los dos niños me quieren así viejito y le dicen a sus padres y a los abuelos que no me dejen. Sólo debo esperar que tomen la decisión y antes del abandono prefiero morirme tranquilo.
Edgar Tarazona Angel