El Maestro meditaba a la sombra de un viejo árbol acerca de las ofensas. Tomás, su discípulo incrédulo llegó, precisamente, a consultarle sobre el tema:
- ¿Excúseme Maestro, puedo preguntarle algo?
- Por supuesto, hijo, ¿De qué se trata?
- Es que un buen amigo me ofendió y no sé qué hacer.
- ¿Te ofendió o te sentiste ofendido?
- ¿Qué diferencia hay, Maestro?
- Si no hay agresión física nadie en este mundo puede ofenderte.
- No entiendo
- Mira, la ofensa nace de una intención. Si el agredido con las palabras no quiere sentirse ofendido, la supuesta ofensa pierde su razón de ser.
- Ya entendí maestro.
- Anda hijo, no pierdas tu paz interior y, si en algún momento algún sentimiento negativo anidó en tu interior hacia tu amigo. Perdónalo en tu corazón.
- ¡Gracias Maestro!