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Son las 4:55 de la mañana cuando salgo para el estadio a hacer un poco de ejercicio, como todos los días; es el lunes siguiente al partido que jugó y ganó brillantemente la selección Colombia a la selección Polonia en el marco del mundial de fútbol de Rusia 2018. 

Al salir de mi casa me percato de que no hay gente en la calle, el grupo de trabajadores que toman el transporte, para ir a trabajar, en la esquina ya se fueron;  a los señores en bicicleta que me encuentro regularmente a esta misma hora cuando van a trabajar, tampoco los veo hoy.  No me importa y sigo mi camino, cruzo la esquina para salir derecho al estadio; miro para ambos lados y no veo gente, ni un alma; qué importa, sigo adelante a pesar de verme  y sentirme absolutamente sola en la calle en ese momento.

Cuando llego a la otra esquina y miro para ambos lados de la larga calle, tan solo veo a un hombre, negro, joven,  alto y delgado que va llegando a la esquina con una caneca de licor en sus manos, con paso lento y pesado.  Si, un hombre borracho es el único  compañero que me encuentro en ese momento, quien inmediatamente me ve, empieza a silbarme; yo comienzo a temblar y seguidamente saco la única arma que poseo, sin que este hombre se dé cuenta.  Cuando yo paso al otro lado de la calle, el hombre intenta hacer la diagonal para alcanzarme mientras me llama: “mona, mona”;  en ese momento se percata de que atrás está un señor en una moto que le dice algo… el hombre se detiene de inmediato y yo, que he seguido mi camino bendiciéndo al negro, escucho que hablan algo, un corto diálogo, quizás el señor motociclista le preguntó algo, no  sé…  solo sé que esto fue tan solo un segundo, aunque suficiente porque fue el tiempo preciso.

Cuando termina la conversación, sin mirar hacia atrás, me doy cuenta que la moto cruza para el otro lado y quedo yo nuevamente a expensas del hombre que otra vez me llama “mona, monita…”, llamado al cual no atiendo porque obviamente me devasta el sentir los pasos del hombre detrás de mí. 

Yo ya voy a la mitad de la calle, voy llegando justo al frente de la casa de unos vecinos que siempre madrugan, entonces cruzo la calle para dirigirme a esta casa, el hombre ahí pega unos brincos y me alcanza justo cuando yo llego frente a la puerta y mientras va llegando me dice: “mire, necesito pedirle un favor, pero como usted va así…jum” dice mientras hace un gesto como de persona orgullosa; yo apenas contesto: es que apenas vengo hasta aquí, digo al tiempo que toco la puerta con la inocencia fruto de la urgencia.   ¡Ah si?! Exclamó el hombre inicialmente sorprendido, entretanto inclina su cabeza para poner su cara frente a la mía, muy cerquita, mirándome a los ojos fijamente y tendiéndome  su mano derecha me dice: “hasta luego”.  En medio de un terror absoluto y con la ingenua esperanza de esta despedida, correspondo al gesto de gentileza y tomo su mano, lo miro a los ojos y le digo: “hasta luego”. 

El hombre se endereza, abre la caneca de licor que lleva, se toma un guaro, vuelve a tapar la caneca y, para mi total desesperanza, se queda ahí parado, muy al ladito mío…  a pesar del pánico que me embarga, puedo leer el oscuro pensamiento de mi cuasi victimario: “siii, cómo no? Nadie te va a abrir la puerta a esta hora…”; sin decir palabra alguna y reteniendo mi pánico para que no salga a flote, solo atino a concederle la razón:  “nadie me va a abrir la puerta a esta hora…” y con esta lógica entierro mi ilusión y me entrego, ya no tengo como defenderme…

Sin embargo, con el corazón empujando cruelmente por salírseme del pecho y con la garganta atorada por el alarido silente del desamparo y la orfandad, ya doblando mis rodillas para irme al suelo, surge como aparición Divina mi Ángel de la Guarda…  Efectivamente y de manera sorpresiva, sin ruido precedente, veo al vecino en el andén de su casa que simultáneamente saluda: buenos días…  sin palabras.

Textualmente, sin mediar palabra y sin mirar de donde o de quien viene la inoportuna voz que le ha dañado su plan, el hombre sigue su camino sin mirar para atrás…  Yo en cambio, me dirijo a donde está mi Salvador, mi Ángel, mi Héroe…  casi arrastrándome, con la mano derecha apretujándome  el corazón como para no dejarlo salir y con la mano izquierda tapándome la boca como asfixiando el grito que me está ahogando, llego agradecida a donde el hombre que hoy para mi es Dios,  y tan  solo atino a decir: “Dios lo bendiga”… 

El vecino me dice: “yo me acabo de levantar en este instante, miré  para la calle y por el vidrio de la ventana la vi a usted cuando iba cruzando la calle y que él le iba diciendo unas cosas y como usted no paraba bolas, entonces salí…”.     Yo únicamente logro articular: “Dios le pague”.  Generosamente me ofrece: “entre y siéntese un ratico, mientras le pasa el susto…”.  Le repito: “Dios le pague”, “pero ya me pasó, yo sigo mi camino, el negro ya cruzó allá abajo”.   Y seguí mi camino hasta el estadio, como si nada hubiera pasado, sin mirar para atrás, literalmente…   

Esta cruel odisea no debe haber durado más de un minuto o minuto y medio a lo sumo, ¡qué eternidad…!.  Hice mi jornada de ejercicios normal,  sin mayores distracciones, en nada me afecto este incidente.  Ya mucho después, en horas de la tarde que me senté a  recopilar cada instante de esta experiencia para escribirla, lloré, si lloré… 

Lloré agradecida con Dios, con la Vida con el Universo por esta fantástica prueba que me brinda la oportunidad de recordar mis debilidades y de enterrar mi soberbia; agradecida con el hombre que me permitió ver al diablo y derrotarlo; agradecida con el motociclista que distrajo al acosador y me dio tiempo para llegar a esa casa a tocar la puerta; agradecida con el hombre que se prestó para ser Dios y me brindó su apoyo; agradecida conmigo, con mi equilibrado temperamento que me hace entender que soy tan frágil como fuerte y tan débil como poderosa… por tanto, no me quejo por esta vivencia, he entendido que toda relación es un encuentro Santo, como dice el Curso de Milagros,  y el narrado aquí  no puede ser la excepción.  Algún poder superior dispuso el momento y el lugar para que coincidiéramos… no hay culpables, todos inocentes…  en este juicio todos los implicados somos absueltos… 

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