Cuando (como de costumbre) conducía mi taxi en dirección anónima, ellos me detuvieron, con tal vez una de las señas más internacionales e intraducibles del mundo: la mano extendida meneándose hacia arriba y hacia abajo. 2 AM en un amanecer de sábado de ciudad capital de un país tercermundista americano, sur americano para ser exactos, Colombia para evitar las confusiones, Bogota para los que aún no notan el acento de un taxista bogotano.
Entró tras lo que fuera más parecido a un cerramiento definitivo de la inocente pero al final siempre culpable puerta de un taxi del social caos diario, una pareja de alta clase social, de padres de alta clase social yendo más hacia el lado de la verdad, pues solo a los 20 años de edad llegaban, aún poniéndole bigote a él y barriga a ella, sin descaro ni amparo reñían… mucho más que mucho…
En verdad lo que tenia en el asiento trasero era una pareja muy ofuscada, capaz de hacer lo que estuviera a su alcance para ganarle a su media naranja en una muy conocida y no menos negada por todos ustedes presuntuosa discusión monotemática de amor perfecto dado a otra persona, dejándola humillada frente a un desconocido e indiferente hombre que oía música social mientras conducía un vehiculo alquilado por el cual tendría que pagar alguna cifra de manera diaria al terminar cada jornada, practicando una vez mas, sin importar el cansancio por horas de trabajo, la habilidad más grande de aquella profesión, oír música mientras de fondo alguien habla, algunas veces de manera introspectiva en voz alta (irónicamente), otras con el chofer (más irónico todavía), aún menos acorde al amor y desamor de dos, de los cuales era tercero, con invocados impulsos retraídos de inminente suicidio al intentar o por lo menos amenazar con abrir la puerta y lanzarse a la estrepitosa caída contra el húmedo pavimento humeante ya por la madrugada a mas de 60k/h, ella gritaba que él era culpable, y terminaba abalanzándose sobre sus cansados labios resecos por la fiesta segundos después de corregir que era ella… que ella no escuchaba, sin ternura él le corregía y comentando que él hablaba mucho terminaba por dejarse besar en aquellos labios reflejados en mi retrovisor, para aburrimiento mío… yo no decía, ni quería decir, solo oír (la música), no quería besar ni dejarme besar estando reflejado en un espejo infiel de muchos y fiel de un solo hombre, yo.
Sin tono amable alguno, ni rebuscado en sus grandes bolsillos desolados, luego de rodar el auto sin destino por parte de ellos y con mucha paciencia por parte mía, unos cientos de metros: a la 85 con 15, sin tono alguno luego de algunos segundos, que desee fueran eternos para no verme en la penosa obligación transportadora, y que por culpa potencial de la educación netamente de primer nivel familiar, moral y social, debían terminar… no dije nada, cosa que como jamás, durante mi larguísimo y esforzado trato laboral, me libró del peso de la culpa mi cerebro y corazón. La distancia que separa los dos lugares dio un resultado de 11 minutos, contados con tres de mis canciones favoritas para cuando alguien, me saca de mi casi inmutable sitio, tan bien buscado sitio, siendo aún con mas razón, un simio moderno de alta costura de la cintura hacia abajo y hacia arriba, claro está, sin que sobrepase por ningún motivo la región cervical, porque le obstruiría lo único que tiene, olfato animal, de esos que no llegan a algo mas presuntuoso que ser sus órganos enlazados por unas cuantas venas y arterias con un fin definido pero no por eso entendido y pretendido.
En el destino casi final por la mala suerte que habría de llegarme a cómodas cuotas horarias, luego de diversos lanzamientos atómicos y creativos malabares magnéticos de amenazas terroristas sin bomba alguna ni rehenes inocentes de hecho, de inexplicables besos sin sabor para el absorto taxista que inocente (aunque a esa hora no mucho), sólo maneja un carro en la corrupta madrugada solitaria y no tiene la más minima obligación jerárquica de ver aquel tortuoso espectáculo singular de manipulación adolescente con tendencia de planta carnívora. Dejándolo descender primero luego de una voladora orden inadvertida, ella, a mi acercándose y de él alejándose con gran dosis de pocos amigos y aún más de pocos novios con tono pecaminoso me susurro: espéreme ya salgo, a lo que, como casi una orden igual a la anterior descrita, no podría negarme ni debía de hacerlo, y como ya es sabido por parte de todos los colegas y reglamentado intrínsecamente, en las tablas de los mandamientos: “Mientras más se trasporten, más pagan”.
Diez minutos luego salió, ¿de que? No hay respuesta, desparpajada la pobre, sin abrigo ninguno en su enmarcado con costillas tórax anoréxico, sobresalido apenas por un par de senos tan pequeños como su gran amor propio que de no ser por tan gran escote no percibirían mis noctámbulos ojos adormilados luego de una larga jornada, que aún estaría por comenzar, una simple muchachita pequeña como hormiga ante el mundo elefante, delgada como palillo en la mesa de Goliat, y de años, muy pocos, por primera vez intencionada aborda aquel taxi, sin diurnos preámbulos inoficiosos a esas horas tan avanzadas de la indecencia, y no con más de educación: a algún hotel por favor, al que sea, por lo menos esta vez me habían pedido el favor, a lo que sin preámbulo respondo con merecimiento por parte de mi abordante, con mucho gusto (aunque no lo tuviera, ni lo sintiera ni, lo pensara, sí, para mi vergüenza publica, lo dije).
Mas minutos, tristemente desconozco cuantos con exactitud, pasaron como postes de luz encendidos por los retrovisores, porque ella, ignorándome por completo y peor aun, sin notarlo, mientras sonaban mis canciones, sin remordimiento, entre tranquila y triste monologaba sobre su desgracia, amor y desamor, que vendría a ser lo mismo desde que la conocía, pasado e inevitable futuro, que vendría a ser lo mismo después de conocerla, postes que pasaron y yo alternamente me conectaba como licuadora al tomacorriente con aquella indefensa criatura que, mientras una de mis canciones se acababa, para darle un noble paso sumiso a la siguiente, más a cada segundo me abría su alma, y más, ensordecía mi tiempo, y más.
Ninguna, fue la última y única o no sabía ya a esa hora si solo la única palabra que oímos, con una segunda Ene tan larga que casi era una viviente palabra independizada con su respectivo cordón umbilical ya cercenado y dejado en un rincón olvidado y ensangrentado aún, de parte un recepcionista del ultimo hotel antes de decidirnos, o de manera triste para mi, decidirme a buscar en otra clase de sitio con posibilidad de pernoctar en alguna cama algo respetable añorando no llegara hasta los limites de lo irrespetable. Luego de pasar por los mas cercanos y económicos, costosos y espulgados, pulgosos y lejanos, hoteles de la zona, y luego de pasar, quedarnos y dejar huellas en los más recónditos, casuales e improbables lugares de nuestras vidas, mas la femenina que la mía, en definitiva, solo la masculina estuvo a salvo, no se halló en el auto en todo el tiempo que estuvimos dentro y no por incapacidad, más creo que aprovechando la muy improbable oportunidad para contemplar con respeto a la noche poco estrellada respectiva de una ciudad contaminada que jornada tras jornada mientras el engreído techo semi curveado del auto los separa, con anhelos lo acompañaba mientras muere con el cálido sol.