Sinceramente la mujer sí es un ser excepcional sea cual sea la circunstancia o la condición que tenga que afrontar, pero el suceso de la maternidad si es algo que no lo recompensa sino el hijo agradecido y compasivo. Yo, que jamás tuve la noble fortaleza para ser mamá, observo casi con envidia a muchas de mis amigas que fueron mamá por encima de todo y que hoy se ven recompensadas con sus hijos. Sin embargo, hay de hijos a hijos. La historia que voy a contar no tiene un mínimo de fantasía, dolorosamente es una cruel realidad.
Conozco de toda la vida la historia de mi amiga Rosita con su hija Diana, quien hoy tiene 36 años y también tiene una niña de 6 años. Rosita fue creada por la abuela, sin mamá ni papá pero con mamá y papá; tal vez por esto, mi queridísima amiga es una mujer de un carácter muy, muy agrio, brusca y agreste en su trato cotidiano con todo el mundo; para nadie tiene ni ha tenido modales o demostraciones afectivas. Quizás por esta razón, no pudo formar un hogar y el hombre, papá de la hija, salió corriendo cuando la niña tenía apenas algunos mesecitos y se desentendió por completo de sus obligaciones económicas y emocionales con la pequeña; de tal manera que, además de su dura crianza también le tocó criar sola a su única hija.
En medio de las más extremas necesidades económicas, con el único apoyo de su instinto maternal; con un sacrificio soportado en la férrea voluntad de sacar a su hija adelante, esta mamá logró hacer de su hija una mujer de bien para la sociedad… solo que esa sociedad no incluye a esta mamá, por tanto hoy en día, después de una vida de entrega y devoción, el resultado es una mujer sumisa y humillada que no disfruta de esa “mujer de bien”, porque ante la mamá, esa mujer no existe…
Una tarde de cualquier día, llego a la casa de mi comadre Rosita. Estamos charlando en el patio cuando llega Diana, mi ahijada que anda por los 13 años, una morena muy hermosa. Pero lo que tiene de hermosa lo tiene de atarbana y vulgar esta muchacha que viene de la calle furibunda por el calor que está haciendo. Yo hacía bastante no la veía, pero sí sabía que era una mujer muy violenta y áspera; sin tacto ni delicadeza en su trato con los demás y de respeto y consideración con la mamá, mejor ni hablar. Pero esto es un simple y escaso preámbulo del monstruo que apenas se estaba gestando.
Formada en la más absoluta pobreza, aprendió a manipular a Rosita de tal manera que esta mamá buscaba plata prestada como fuera, con tal de satisfacer los caprichos de la adolescente que poco a poco iba aprendiendo a detectar esa fragilidad de la mamá; esa debilidad de la mujer, tal vez originada en un estúpido complejo de culpa y remordimiento por no tener dinero y por no haberse conseguido un marido rico. “Por qué me escogiste a ese hijueputa de papá?, por qué no te levantaste un moso rico?”, era el reclamo constante ante cualquier necesidad económica; reclamos cada vez más frecuentes y agresivos que exceden las normas mínimas del respeto y la dignidad del más indiferente y frío Ser Humano. A esto, poco a poquito todos nos fuimos acostumbrando y ninguno del medio social o familiar nos atrevimos a decirle algo a la muchacha por no desafiar su extrema y vulgar agresividad; pero sí ha sido un comentario obligado siempre que se presenta la ocasión.
Diana ha utilizado todas las mañas y artimañas habidas y por haber para manipular a Rosita. Cuando la hija tenía unos 17 años, para la época decembrina la mamá me llamó desesperada: “venga, la necesito, cómo le parece que Diana se tomó un mundo de esas pastillas que se le dan a mi mamá (ya anciana) para dormir y se acostó y cayo vencida. Tengo mucho miedo”. Salí corriendo para la casa de ellas; a decir verdad, yo estaba aterrorizada. Cuando llegué le pregunté a la mamá: y por qué se tomó todo eso, tuvieron alguna pelea o qué pasó?; la misma respuesta de siempre: porque yo no tengo plata para comprarle el estreno… Yo simplemente sonreí en medio de la zozobra y el pánico que circundaba el lugar. Pero la vida con nada se queda.
No sé si por cosas de Dios o del diablo; no sé cómo, por qué o para qué yo me acerqué al lavadero y allí pude ver una de estas pastillas que se había quedado atorada en la rejilla del sifón. Jajaja, llamé a Rosita y le señalé con el dedo la prueba de la mentira de su hija, mientras le decía: “mirá, nada se ha tomado, las echó por el sifón para hacerte creer que se las tomó porque está deprimida y aburrida porque no tiene que ponerse; te está manipulando para que salgás corriendo a buscar plata para comprarle ropa…”. Una simple y triste mirada fue la única respuesta de Rosita.
Y así fue toda la vida, siempre queriendo mostrar y demostrar lo que no tiene. Y así es esta mujer hoy en día, esclava de la moda y la apariencia; amante de los lujos y la vida social; poco amiga del trabajo y de las labores domésticas. Solo sabe consumir y nada le importa producir. Pero bueno así ha sido desde muy niña; manipuladora y controladora con Raimundo y todo el mundo, aunque más que todo con la mamá.
Pero como dicen los padres cuando ya están viejos: “cuando ya los hijos están grandes, los que mandan son ellos y a uno ya no le queda sino obedecer.”, mi pobre amiga no ha sido ajena a esta ley de la naturaleza, entonces ahora es su hija la que lleva las riendas de la casa, solo que con una crueldad inimaginable para con esa mamá enferma, que ya no puede producir.
Cuando esta muchacha quedó embarazada de un hombre bebedor y mujeriego, normal, pero muy generoso en cuanto a lo económico, Diana inmediatamente le prohibió a Rosita que siguiera trabajando la modistería, lo cual hacía excelentemente y, por ende, tenía muy buena clientela. Este hombre sostenía la casa con todo y un poco de excesos pero, obviamente no aguantó la patanería y manipulación de su mujer, quien pretendió que él dejara de ser bebedor y mujeriego por ella y para ella. Al irse este hombre de la casa, llegó la época de las vacas flacas… llegaron todas juntas…
Ahora Rosita con 55 años de vida, cansada de trabajar y de ver por su casa durante toda su vida, está muy enferma y agotada; ya no puede con la obligación de la cocina, lo cual la convierte en objeto de insultos y humillaciones de parte de la hija que tampoco quiere saber de esta labor doméstica. Y del cuidado de su salud ni hablar. Al respecto, hace algunos días fui testigo de algo tan increíble como verdadero.
En el mismo momento en que Rosita me contaba que el médico le recetó una medicina que no se la cubre el sistema de salud y que no tenía dinero para comprarla; justo ahí, llegaba Diana con la medicina que le formuló el veterinario al perrito. Plop… yo simplemente tragué en seco… sin embargo, todavía no he contado lo más cruel.
Muchas, muchas veces Rosita me ha contado que la echa de la casa en una forma muy satírica, sin embargo, cuenta Rosita, que ahora ya se lo dijo de una manera muy nítida: “Yo no la puedo seguir manteniendo; usted no quiere hacer nada y yo así no puedo; usted verá qué va a hacer o qué se va a poner a hacer, pero necesito que me desocupe la casa porque usted ya se me está convirtiendo en una carga muy pesada…”.
Rosita no tiene casa, no tiene pensión, no tiene más hijos… se supone que esa hija por la cual trabajó toda su vida y a la cual sacó adelante ella solita es su apoyo para la vejez; pero…