Un chillido estrepitoso lastimó la profunda y oscura noche, que se cernía sobre la rústica casa de los Harrison, a las afueras de la ciudad.
― ¿Escuchaste eso? ― Le dijo Karen a su esposo, mientras se asomaba entre las sábanas del lecho conyugal.
El hombre siguió dormido o tal vez, no quiso oír a su esposa. El escalofriante sonido no cesaba, cada vez era más fuerte y agudo.
― Despierta Peter, por el amor de Dios ― Ella lo tomó de los hombros y lo sacudió para que reaccionara.
― ¡Que pasa mujer! ― el hombre no tuvo más remedio y giró su cabeza para mirarla de frente.
― ¿No lo oyes? ― insistió.
Luego de unos instantes, el esposo logró estar un poco más altivo.
― Si, es verdad. Parece un bebé gritando ― él también comenzó a aterrarse.
― ¡Un bebé!. Imposible. ¿ Quien podría abandonar un bebé en medio de la noche?. ― cavilaba la mujer.
― No sé…es increíble pero no imposible… ― dubitaba Peter. Finalmente tomó coraje y se acercó a la ventana tratando de divisar algo en el fondo de la casa.
― Los gritos vienen del aljibe ― afirmó, tratando de agudizar su oído.
― ¿Del aljibe?. ¡Un bebé arrojado allí!. ― Repuso la mujer, que ya se había levantado y estaba sentada en un sofá, a un lado de la cama.
Peter, tomó una linterna, se cubrió con un abrigo y salió por la puerta trasera. El chillido era constante, perturbador. El aljibe de ladrillo estaba muy cerca de la casa, junto a un frondoso árbol de ciprés; detrás, había una huerta muy descuidada. Por unas poleas se extraía el agua dulce acumulada en su interior. Ese día no lo habían utilizado porque la provisión era suficiente.
Con cada paso de Peter, crujían las ramitas caídas de los árboles. La ululación de un búho desvió, por unos instantes, la luz de la linterna. Continuó. Cuando finalmente llegó al aljibe, el sonido era muy nítido; no tenía dudas, debía ser el grito desgarrador de un bebé moribundo. El pulso se le aceleró, los pensamientos iban y venían en su cabeza. “¡Quien podría haber cometido ese crimen!”, se preguntó.
Tomó coraje y alumbró el fondo. Lo que vio, paralizó todo su cuerpo. El chillido había desaparecido pero el agua, extrañamente, tenía un color rojo renegrido y expelía un fuerte olor nauseabundo. Debajo, parecía que algo se movía, dando remolinos. No podía distinguir lo que era desde arriba. “Tal vez el niño se desangró y eso justificaba el color y el olor del agua”, pensó. Inmediatamente apoyó la linterna en el borde del aljibe para que lo alumbrara en el descenso. Tomó la soga y se deslizó, poco a poco, hacia el fondo. Cuando estuvo a punto de sumergirse en el agua, una mano blanquecina y pequeña lo tomó de una pierna y con una fuerza descomunal lo arrastró hacia la profundidad. Luego de unos breves instantes, Peter murió ahogado.
Karen, que había seguido a su esposo detrás, se asomó al aljibe y lo vio flotando. Se tapó la boca con sus dos manos para sofocar el grito. No podía creer lo que estaba presenciando. De pronto, una escalofriante figura, con cuerpo de bebé, ojos enrojecidos y extremidades como lagarto, subió por las paredes internas del aljibe. Ya no pudo contener un grito gutural que le salió de la más profunda de sus entrañas. Comenzó a correr desenfrenadamente hacia la casa, mientras tanto observó que en la huerta salían a la superficie diminutos y extraños cuerpos que parecían fetos humanos, todos ennegrecidos y deformados, que se trasladaban con piernas incompletas y brazos cercenados. El chillido volvió al lugar, esta vez, al unisonó.
Karen logró entrar a su casa y cerrar la puerta. Su cuerpo sudaba y tenía regulares temblores. “Esto no puede ser real”, se dijo.
Las criaturas lograron romper los cristales de las ventanas y comenzaron a ingresar a la casa. Karen corrió hacia la última habitación, en donde había una camilla y materiales quirúrgicos por todas partes. En ese lugar de muerte, ella y su esposo practicaron innumerables abortos a inocentes jóvenes, por dinero. Los fetos eran enterrados en la huerta. A veces, llegaban al extremo de ahogar a los recién nacidos, si el embarazo era muy avanzado. No tenían escrúpulos.
Mientras Karen pensaba que hacer, como escapar, la puerta fue derribada. La criatura con forma de bebé que había escalado el aljibe, se le acercó lentamente; detrás de él, cientos de monstruosidades lo seguían. Una voz aguardentosa, que parecía salirle de su interior, le dijo a Karen:
― Tú serás uno de nosotros.
Después de decir estas palabras, todos la atacaron. Con un bisturí cercenaron sus piernas y brazos. Los terribles gritos de la mujer retumbaron en todo el recinto. Finalmente, fue arrastrada y arrojada al aljibe.