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Ir a: El juego y yo (1)

Las maquinas tragamonedas sufrieron varias transformaciones y evolucionaron para mejor estafar a los adictos al juego; en un comienzo en USA se denominaban tragaperras por la denominación que se les da a las monedas de menor valor, pasaron a tragamonedas, que eso son y después a paga monedas para que sean más atractivas al consumidor. Como los astutos jugadores se las ingeniaban para hacerle trampas a las máquinas pues los casinos decidieron acuñar sus propias monedas en dos tamaños y dos valores, el precio no viene al caso porque el cambio monetario ha variado tanto que parece risible que se hable de fichas de cinco y diez centavos.

Estas eran una maquinas enormes a las cuales se les echaba una moneda y se accionaba una palanca ubicada al lado derecho de uno, de manera que el jugador zurdo quedaba un poco incomodo, un sistema interno ponía a girar un mecanismo con dibujos en tres carriles diferentes. En la pantalla aparecían de manera horizontal sólo tres dibujos y si se alineaban tres iguales… Eureka, uno ganaba y no todos los premios eran iguales… tres BAR BAR BAR daban una suma irrisoria, pero si se alineaban tres arlequines se obtenía el premio mayor y con eso se animaba a seguir metiendo monedas hasta que cerraban el negocio. Las máquinas tenían diferentes dibujos y eso no ha cambiado, pero ahora entró la tecnología para atraer al ludópata y de paso desocuparle los bolsillos.

Esto de pensar en forma lineal, cuando no hay personajes sino un paseo por el tiempo, sí que es difícil de manejar porque las imágenes llegan y se van y de pronto se arremolinan las malditas en un caos enorme. Recuerdo que a mi padre le encantaba jugar con sus amigotes las tandas de cerveza con unos juegos cuyo único objetivo era definir quién pagaba la siguiente ronda de trago. Me parecía curioso que el mismo pendejo (que nunca era mi padre) resultara perdedor con una frecuencia sospechosa; estos juegos eran mayor pared, mayor ladrillo, caras o sellos o una simple cara o sello. Lo explico de rapidez, el primero era lanzar la moneda a una pared distante algunos metros y perdía el que quedara más retirado; mayor ladrillo era quedar lo más centrado posible dentro de una baldosa, a veces hasta se presentaban discusiones y se recurría a medir con metro y con la asistencia de uno de los gotereros que abundan en las cantinas. Las caras o sellos se jugaban con tres monedas de igual valor, se arrojan al aire y se pide caras o sellos. Siempre entre dos, el que acertaba las tres iba salvando su responsabilidad y, como dije antes, el mismo tonto acumulaba deuda mientras los otros bebían y reías a sus costillas. También estaba el juego de las marranitas, o así le decíamos. Doblábamos tres tapas de cerveza y quedaban en forma de concha, se arrojaban al aire desde unos treinta centímetros y debían caer sobre el borde dentado, era difícil pero algunos se volvían expertos y bebían gratis.

En mi vida apareció el BINGO, así, con mayúsculas, no sé cómo se me metió entre la cabeza y a diario iba a la sala de esta modalidad de juego; no era tanto participar en este como la oportunidad de observar a los jugadores; la sala la abrían a las dos de la tarde y permanecía funcionando hasta las dos o tres de la mañana, me aterraba saber que algunos adictos al juego permanecían todo este tiempo en el salón. En estas salas reparten café y gaseosa a los jugadores activos pero no a los mirones, yo regalaba lo que me correspondía a una gordita llamaba Gloria, que me administraba los cartones y cuando ganaba yo le daba una parte. Aprendí a no hacerlo porque cuando ya tenía para jugar ella me sacaba el cuerpo. Bueno, no por mucho rato porque perdía pronto y volvía a jugar con mis cartones.

En este juego el jugador normal juega con un cartón o dos. Una experta como mi amiga maneja hasta treinta cartones, no sé cómo demonios lo pueden hacer si yo con tres me embolataba. De pronto apareció en el medio un artilugio que llamaron pirámide, es una armazón donde están seis tableros y hay que inscribirse para jugarlos todos. Caso lo olvido, un juego puede durar tres o cuatro minutos de acuerdo a la modalidad que escoja la casa: hacer la columna de una letra B-I-N-G-O, hacer el cuadro, la ELE, una equis… pero se pagan otras opciones y todo esta manejado por circuito cerrado de TV. Yo ganaba con cierta frecuencia y como no tenía apuros por fijarme en el juego observando las actitudes de los demás y escribía y tomaba fotos. O está el BINGO pleno en el que se llenan las 74 casillas. En esa época bebía licor y entre la chaqueta llevaba media de brandy para acompañar esas horas eternas escuchando la voz dulce de la niña que cantaba las fichas: B 10, I 18, N 36… en un día que no recuerdo me aburrí y jamás volví.

De nuevo pegué un brinco en el tiempo y el espacio. Años atrás cuando hacía una de mis carreras universitarias, esta si la terminé, en la carrera séptima de Bogotá aparecieron los esferódromos, un juego de apuestas sin gracia que me dejó buenos recuerdos. Una de mis compañeras de facultad sentía fiebre por esta vaina y me indujo a entrar y apostar. Yo vi unas bolas de billar pool deslizarse por un tobogán y entrar en una especie de plaza de toros en miniatura donde giraban y giraban hasta perder velocidad y una de las quince bolas penetraba en un hueco ubicado en el centro del ruedo, esta era la ganadora. Me pareció un juego muy pendejo pero fácil de ganar. El asunto consiste en apostarle a una de las bolas y si esta entra primero pues uno gana. Algunos compran ficha de tres o cuatro bolas y sudan haciendo fuerza por sus favoritas. El primer día gane una buena cantidad y cuando quise irme mi amiga me dijo que me quedara, que ese era mi día de suerte pero yo como soy mal jugador cuando gano me echo el dinero entre el bolsillo y me voy. Le di a ella una parte y me fui. Al otro día me dijo que había perdido todo y había empeñado el reloj para seguir jugando. Ella si es adicta al juego.

Casi en todos los casinos hay una ruleta. Para mi otro juego que jamás me entusiasmó y es de los más antiguos en los casinos del mundo. Creo que mi antipatía nació desde que vi películas donde muestran las trampas para detener la dichosa bolita. Como siempre, observaba a los jugadores, cada juego tiene sus propios aficionados y estos tienen un perfil diferente. El jugador de ruleta es de los más apasionados y emotivos y jura y maldice a la bola para que caiga en su número y se tira de los pelos cuando no cae y brinca y abraza a todos cuando gana. Con la llegada de la informática todos estos aparatos mecánicos han evolucionada para que los jugadores apuesten más rápido y desocupen sus bolsillos en beneficio de los dueños de los casinos. Intenté cogerle afecto pero no, le siento antipatía irracional a la ruleta y no pude jamás superar mi antipatía.

Con la informática al día todas las maquinitas se transformaron, ah, en muchos sitios las llamaban los marcianitos. Las viejas máquinas de tres carriles pasaron a cuatro y a cinco con mayores posibilidades para ganar y ya no solo era la línea horizontal la ganadora sino diagonales y más tarde otras combinaciones que uno de jugador se entusiasmaba porque ahora si ganar era muy sencillo. Digamos que no soy demasiado emotivo, o más bien poco emocional, de manera que todas estas innovaciones en pro del ludópata me llenaron de sospechas y seguí en mi labor de investigador y observador de los casinos a donde acudieron en mayor cantidad los aficionados a los juegos de azar. Las probabilidades aumentaron, pero el grado de dificultad para acertar también y en un cálculo de probabilidades el asunto se complicó pero los incautos, que son todos los que sueñan con la plata fácil, acudieron puntuales a la cita con el demonio que les quita el dinero y la paz.

En esta ola de regreso a las salas de juego aparecieron unos nuevos adictos: los pensionados. En toda mi vida jamás había visto tanta cantidad de ancianos prendidos de las máquinas. Mirando el calendario y después de varios meses de seguimiento pude comprobar que el día de pago de las mesadas pensiónales, bastantes ancianos de ambos sexos entran a “distraerse” unas horas y a colaborar con la salud y la educación de Colombia. Digo esto porque dicen que los impuestos del juego se destinan a educación del pueblo y a su bienestar del cuerpo, jajajaja. Perdón. Pero estos jugadores sólo van el día del pago… pero algunos dejan su mesada entres las fauces de las maquinitas, o las masas de Black Jack… pero estas no les atraen demasiado. Bueno, hay una razón, los pensionados cobran en horas diurnas y el fuerte de los juegos de cartas es después de las seis de la tarde.

Cuando vi por primera vez eso de Black Jack me imaginé todo menos la humilde veintiuna. Como en las propagandas se veían estampas de esas de los salones del viejo oeste de USA, yo imaginaba un juego con vaqueros, pistolas, duelos y balaceras. Cuando entré y vi una mesa semicircular con un paño verde empecé a sospechar. Esperé a que llegara la croupier, siempre es una chica y muy linda para distraer a los pendejos, y cuando rompió el sello de dos paquetes de cartas me asombré de sus manos de dedos largos y afilados; cuando empezó a barajar con una destreza increíble me dije, esta tiene las uñas de ave rapaz para destrozar incautos… y así fue. Este maldito juego tiene un encanto que lo prende a uno de la mesa y si a eso se une la sonrisa de la diabla que baraja y reparte no hay nada que hacer.

Pues olvidaba muchos detalles, hace mucho que no juego cartas, más bien las escribo. Pues en esta robadera de la veintiuna, o treintaiunava que también se juega, no hay monedas ni billetes. El dinero que se piensa perder, digo, apostar, se cambia en la caja por fichas de diferentes colores y cada color representa un valor. La croupier reparte de a una carta por jugador y sobre esta se apuesta. Ella puede doblar la apuesta según la carta que le haya tocado en suerte. Luego da otra carta a cada jugador y pregunta si desean más, por turnos, comenzando por el que está a su derecha. El asunto consiste en llegar a veintiún puntos o lo más cerca posible, su uno tiene veinte plante, esperando que la bendita tenga menos… bueno, el asunto se resume que si ella tiene menor puntaje paga y si tiene el mayor puntaje recoge todo lo que este sobre la mesa apostado. Nunca me fue mal en este juego pero de verdad no me atrae. Lo conozco desde mi infancia y como en esa época el que tenía relancina (una perra y un as) cogía la talla eso tenía su encanto; ahora la croupier nunca pierde la tallada y eso me desmotivó.

Ahora poco voy a los casinos y como llevo años sin probar licor por derecha no apuesto a quien paga la siguiente tanda de cervezas. No añoro esas épocas y ahora trabajo con algunos adictos para que dejen su adicción. Mi mayor paciente fue una mexicana que llevaba en terapia conmigo seis meses y de pronto se me desapareció del MSN… meses después me hizo llegar un correo con mucho dolor, me pedía perdón por no haber hecho caso y yo me dije: “ve, y a esta que le dio”, pero más adelante encontré la respuesta. “Mi querido amigo, no seguí sus consejos y como salí a vacaciones de mi trabajo me fui con mi hijo a Las Vegas… perdí en los casinos los ahorros de toda mi vida, cuarenta mil dólares…”

Creo que ya hice mi terapia personal. Me agrada jugar pero ya no me llama la atención ir a perder el tiempo. Sacando un balance de dinero saqué en conclusión que las cuentas están a mi favor por esa costumbre de llevar cierta cantidad y si la pierdo me voy y si gano, recojo el premio y me voy. Pero soy feliz siendo un mal jugador. Los buenos jugadores que conozco no tienen paz interior y siguen cumpliendo sus horarios de desgracia en los casinos. Pienso que algo se me quedó en la cabeza.

De mi libro RELATOS DE TODA LA VIDA

Edgar Tarazona Ángel
http://edgarosiris310.blogspot.com

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