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Estoy remitido al pasado, al momento exacto en que el deseo se nos hacía pastoso y se condensaba en la habitación.

Entre sudores el calor era sofocante, el lugar se difuminaba y de las vidrieras escurrían gotas parecidas a las de tu sexo. El lugar silencioso era una sinfonía de gemidos y lamentos, de palabras obscenas, de suspiros recortados, de respiraciones desesperadas. Y tú: arriba, abajo, rodeándome, raspándome el sexo, escabulléndote de mis brazos, poniéndote en cuatro, separándote las carnes con ambas manos.

–Así, profundo...-. Y volvíamos al ondular de cuerpos concientes que podría ser la única vez. No hubo lugar de nuestros cuerpos sin ocupar, besé las plantas de tus pies y ascendí con la lengua por la pantorrilla, al encontrar la parte posterior de la rodilla, jugué con ella y la cadera te temblaba, la cama se movía al ritmo de tu contoneo y mis manos, las incontenibles, vencían tu carne y se mecían en tu líquido pesado, en los pliegues congestionados de sangre que tan excitante vista exhibían.

"¿Qué ves?", dímelo. Ese conjunto de palabras, volando como mariposa, con un aire cálido, suave, imperceptible (casi) dadas las condiciones de cercanía al mar. Hablé con las manos en tu espalda, tu juego favorito. Con un dedo lubricado de ti, pues hacía las veces de tinta tu jugo, escribía en tu espalda interminable, el folio eterno. Te hacía poesía muy seguido, pero aquella vez, pura lujuria. “Es una cicatriz viva. Los pliegues son ostentosos, en una boca enorme sin sangre, oscuros igual que una ostra; al abrirse es la vida clara. Al comienzo es una carne rosa, lisa, lustrosa... pero cuando la lujuria la posee, la ostra lubrica con una sangre transparente y viscosa. Se abre en pétalos, nos enseña el interior que empieza a ruborizarse, se va tornando rojo, atardece. Separas por completo las piernas y aparece la perla rosa, el pistilo de la flor rodeada de musgo negro creciendo apenas, los labios se cierran pero no logran ocultar el canal de carne derretida; la boca que no habla pide por mí”. Con el dedo anular recogía una nueva carga de tinta, lentamente, solazándome con la consistencia de molusco fresco, apretabas las piernas y tomándome de la muñeca, lo insertabas hasta sentir los nudillos lastimándote los músculos. “Dentro es caliente, pareces de magma nueva. Y lubrica, moja mucho. Se acaban los nombres técnicos: vagina, vulva, clítoris, labios mayores, menores, monte de Venus...”.

Dices, -Eso lo entendí, sí, me gusta que escribas de modo vulgar... quizá no siempre... ahora sí. Dime cómo se dice en tu país. Dime al oído todas las porquerías que se te ocurran-, respondo de inmediato. -Corazón... a esa maravilla que mana entre tus piernas le pondremos ciento veintidós nombres empezando por...-, acerco la boca a tu oreja y rompes en un grito mientras me clavo en un golpe certero.

ErosWolf: Inside

 

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