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Se regocijan desolaciones
en los límites de mi planeta,
y en la escena ardiendo el sol
y en los andenes pies mugrientos
resignados a vivir.

Le soplo besos a mi amor
columpiándome en su desprecio,
y en la locura sus crespos
floreciendo desde las ideas
de reflejarse en la paz.

No quiero nada más
que la melodía de un abrazo
ensordeciendo mis instantes,
para luego despedirlo, y ver
que su libertad entiende
que la vida debe continuar.

*

Y solo espero la llegada de mi Dios,
y cuando llegue, se reflejará en mi poesía
decretando mi absolución, porque contuve en sus pequeños ojos
todas las estrellas, aunque no me amaran;
porque hice de su nombre mi ilusión.

*

Se resecan los tejados
que cubren las miserias,
y entre ellas las promesas
de deletrear una canción
describiendo sus ojos.

Hay nostalgia en sus deseos,
aguardan tímidos por un cariño
que lo abrace en la angustia
pero no de parte de mí,
y me detengo al soñar.

No quiero nada más, que la
melodía de un abrazo
ensordeciendo mis instantes,
para luego despedirlo, y ver
que su libertad entiende
que la vida debe continuar.

*

Y solo espero la llegada de mi Dios,
y cuando llegue se reflejará en mi poesía
decretando mi absolución,
porque contuve en sus pequeños ojos todas las estrellas
aunque no me amaran;
porque hice de su nombre la ilusión
y luego la condena, de recordarlo y sonreír
a puertas de lo infinito
en la tarde de mi planeta, incendiando
el material de los silencios.

*

No quiero nada más
que la calidez de esta tarde
abrazándome sin cadenas, y ahí mismo
muerto el sentimiento
que menos que eso
hizo que para mí fuera
casi un sueño esperar.


 

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