Si hablara el silencio, podría escucharte en el eco perdido, de aquel lugar en el que te fuiste. Con tus zapatos mojados cruzando la acera, pereciste tan bella como siempre. Me pregunto en qué momento… te me perdiste del todo. Que ocupado estaba!!
Derramo un mar de lágrimas por no haberte despedido como tu lo merecías!! Tan ocupado en la rutina de mi profesión desdichada… no me di cuenta de besarte, abrazarte, sonreírte. En qué momento la rutina se hizo carne en mi, para no percibir tanta belleza, acaso me quedé ciego, no sabía que el alma también sufría de ceguera.
Ya es tarde, perdí la huella de tus zapatos mojados, nadie ha vuelto a ver tus ojos color miel, y tu cabello, deslumbrante como la luna, ya hace años no roza mis manos. Por qué no te pude ver cuando estabas tibia como una tarde de verano, dulce como la miel de la colmena, tan bella como una musa.
Cargo en esta mañana otoñal con el fruto de tu vientre, fruto del amor que alguna vez nos tuvimos, lo beso, lo abrazo, a veces su mirada me recuerda a la tuya. Logré recuperar la vista y él me recuerda momentos felices, momentos nuestros, momentos de hace ya varios atardeceres, y tu… intacta en la foto de mi alcoba, te miro con atención y tu mirada es una profecía, con esos ojos maternales, será porque sabías que no estarías para cuidarlo.
Gracias a Dios que desperté y la rutina se fue lejos, para dejarme criar a este fruto divino, de una noche en la que tus besos… suaves como una flor en esplendor me encendieron y me hicieron agudizar cada uno de mis sentidos… para disfrutarte despacio y para regalarme la alegría mas grande que he experimentado en mis humildes años recorridos por aquí… un hijo, nuestro hijo, tu vivo retrato, el sentido de mi existencia, un motivo de jubilo constante.
Simplemente gracias.