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Pensando y sintiendo en una perdida colegiata del centro de Francia.

 

En el pequeño pueblecito de Langeac, en el centro de Francia hay una hermosa colegiata de una nave, amplia, espaciosa, luminosa. Unas señoras están limpiando el polvo, son unas señoras mayores y lo hacen con cuidado y minuciosidad; de vez en cuando se sientan a descansar y hablan de sus cosas. No me parece mala idea dedicar parte del tiempo libre a limpiar cosas hermosas. El disfrute es doble ya que además de disfrutar de lo que se hace se disfruta de la belleza y hermosura del lugar en donde se hace.

 

        Un anciano muy anciano, está sentado cerca de mí, rezando o pensando. Con paso vacilante coge una vela y se la pone a la imagen de una santa ¿Qué sentimientos anidan en su corazón? ¿Por qué le pondrá una vela? ¿Qué pasará cuando ya no pueda venir a ponerla? Siento una extraña sensación al ver a este anciano, le sigo con mi mirada, veo como lentamente, arrastrando los pies sale de la iglesia y desde el fondo de mi corazón le digo adiós porque estoy seguro de que nunca más le volveré a ver. Hemos sido dos seres cuyas vidas han coincidido en el tiempo y en el espacio durante un instante y nunca más volverán a coincidir.

 

        Empieza a sonar un disco de una música de flauta, una música dulce, melancólica, pura. Me estoy un rato aquí, escuchando, sintiendo esta música, sintiendo este producto de una vida, pues ¿en qué cosa mejor se puede emplear el tiempo de la vida que en sentirla y en sentir los productos de ella en toda su pureza y en toda su desnudez?

 

 

 

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