Desde muy niño y a causa de sus travesuras fue considerado la oveja negra de la familia, como se decía antes. Con la pubertad y la adolescencia, sus travesuras se convirtieron en bromas pesadas y hurtos menores le fueron perdonados y eso como que le dio paso a mayores robos y delitos menores. Aquí se terminó la paciencia de la familia porque relojes, joyas y otros objetos de valor desaparecían de las casas donde llegaba de visita.
Como de todas partes lo sacaban o le negaban la entrada decidió irse para donde no lo conocieran, lleno de resentimientos y odios contra toda su familia y amigos. Juró vengarse, aunque fuera lo último que hiciera en esta vida y, cuando apareció el coronavirus pensó que esa era la oportunidad de desquitarse sin meditar por un momento la bestialidad que pensaba hacer.
Recorrió sin ninguna protección sitios donde sabía que había contaminados y logró su objetivo: se inoculó el virus porque le hicieron el examen y salió positivo; como todavía no entraban en vigor las normas de cuarentena recordó que su familia celebraba una reunión especial por el cumpleaños del abuelo y se reunían no menos de sesenta personas en un club alquilado para la ocasión. Ese día se presentó temprano como ayudante de la decoración, y esperó encerrado en el baño a que llegaran sus familiares.
Cuando se dio cuenta que ya había bastantes salió de su escondite y empezó a abrazar a todos, con beso incluido a las mujeres, hasta que dos de sus primos, los más fornidos lo sacaron a empellones a la calle. Desde el suelo y sonriente les dijo adiós malparidos, pronto se acordarán de mí. En el momento de escribir esta nota se sabe de quince infectados y tres fallecidos de la familia. Del maldito nunca se volvió a saber nada.
Edgar Tarazona Angel