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TECNICÓLOR



Toda la vida comienza por sí misma a florecer sobre el tornasol. Después de mucho tiempo, me atrevo a ver el mundo más allá del marco de mi ventana, hasta llegar a un lugar donde no llegan los edificios ni las carreteras, con mucha gente elevando cometas como quizás hace muchos años atrás, emocionadas y corriendo, porque la cometa es la extensión de sus propios cuerpos. Yo los observo desde un rincón del paisaje, sentado bajo la impiedad de un sol que quema y evaporiza la piel, mientras la brisa intenta apaciguar más de 40°C bajo las sombras de las nubes, aunque para mí no haya ningún efecto por el frío que llevo adentro.

Para ellos, la felicidad tiene sentido cuando ven sus propias sonrisas reflejadas en los otros, en el momento y en el abrazo, en sus manos; entonces la felicidad es una decisión esperando a ser tomada por los libres en cualquier instante de la vida hasta el final, hasta cuando se es amable con el dolor.

Azul. En esta sección de la atmósfera las cometas se combinan con el azul del cielo, azul en la mayoría de mi paisaje, azul como la ternura de los niños. Algo de amarillo y rojo, luego verde, se pinta el rostro de mi cielo mientras los niños corren para elevar un poco más sus cometas, la emoción de los niños por elevar cometa, me hace sentir que quizá viví lo mismo en algún momento de una anterior vida.

Dicen que puedes sentir la fuerza del viento mientras elevas una cometa, porque el hilo entre la cometa y tu cuerpo es como un cordón umbilical y crees por un momento que también estás volando, porque la cometa en el aire es como una segunda parte de nosotros mientras queremos que llegue más lejos.

El frío de mis huesos se opone a la brisa cálida de los buenos momentos. Pero aún así, la intensidad de la tarde parece consumir las sombras de las personas desde el suelo arenoso, al mismo tiempo que llenan el cielo con figuras de aire a todo color, el mismo cielo que me envidia la paz de no querer pertenecer nunca a él, y fue a partir de ahí que comenzó mi propia felicidad, sentado bajo un sol que quema, en el rincón de nadie, mirando cómo la vida misma decide vibrar en tecnicólor.

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