Nosotros conocíamos la historia del balón y estábamos orgullosos de jugar con la misma bola que patearon los jugadores del equipo de nuestro país. Sabíamos que era irremplazable porque don Leopoldo se lo entregó delante de nosotros en medio de la fiesta y nos explicó el valor sentimental y otras cosas que no recordamos después, para qué si lo único que nos interesaba era el balón. Vagamos en torno al lote de la casona sin perder de vista la esfera de cuero que el perro hizo objeto de sus juegos. De pronto su dueño lo llamó y nos prendimos de los barrotes del costado donde cayó el trofeo. Vimos el animal que se alejaba y escuchamos el ruido inconfundible del camioncito destartalado y vetusto que iba periódicamente por los cuadros. Desde nuestra posición miramos a los hombres desaliñados, desgarbados y barbudos, que se parecían a nuestro pintor, los mismos de todas las veces.
En nuestros sueños de aventureros los veíamos como nuestros enemigos e invariablemente los derrotábamos después de una sangrienta batalla. Se montaron en el vehículo y se perdieron en la noche con el pintor, Buziraco y la gatita. Se nos hizo extraño porque en dos años nuca llevó al perro. Este permanecía de guardia en la casa embrujada con espíritu valiente, guardián infranqueable para frenar nuestras intenciones. En la oscuridad temblamos emocionados en silencio al darnos cuenta de que la oportunidad tan anhelada había llegado. Ahora podíamos entrar a la casa y calmar la curiosidad que nos corroía después de tantos días de esperas y desvelos. Lo que sólo sabía don Patricio era que no llevaba a su can a paseo; no, lo llevaba a donde pudieran curarlo porque en una de sus correrías nocturnas se había herido una de las patas delanteras con un hierro oxidado y era la causa de que lo viéramos cojeando y caminando con dificultad. Por eso muchas noches sus gemidos desvelaron a nuestros padres en medio de oscuridades lluviosas. Algunos pensaron que se trataba de los fantasmas que rondaban la casa y se habían posesionado de ella.
Nosotros no escuchábamos nada porque nuestro sueño era demasiado fuerte debido a que todo el día estábamos en continua actividad y nos acostábamos extenuados. Recién se hirió el animalito, el pintor trató de curarlo por los medios y remedios a su alcance pero, cuando las aflicciones del pobre perro sobrepasaron sus conocimientos veterinarios, llevado por el gran afecto que sentía por los animales, decidió llevarlo al especialista en la capital (en nuestra pequeña ciudad no había) para que calmara los sufrimientos y fue así como salió de su encierro. No ocurrió lo que pensamos los niños, que era otra de sus ausencias periódicas a la capital para llevar sus cuadros y traer, eso creíamos, los víveres y material de trabajo. Como sus ausencias siempre duraban tres o cuatro días, el viaje nos metió en la cabeza muchas ideas.
Mientras mirábamos la casa desde lejos escuchamos las voces de algunas mamás que llamaban a sus hijos a cenar. Las niñas se marcharon todas, excepto Patricia, que siempre nos acompañaba en nuestras correrías y sospechó que algo estaba a punto de suceder. Cuando quedamos los más amigos y vimos el territorio a nuestra disposición nos miramos Rodrigo, Omar, Patricia, Ariel y yo, y encaminamos nuestros pasos en dirección a la barda metálica. Hacía mucho rato el ruido estrepitoso del carromato se había diluido en el silencio de la noche y caminamos lentos alrededor de la casa como quien no quiere la cosa y la cosa queriendo, para comprobar la ausencia total de personas curiosas. Vimos luces en las ventanas del segundo piso que nos intranquilizaron y decidimos en voz baja ir hasta nuestras casas y regresar más tarde. Con voces que pretendían ser misteriosas expusimos lo que sentíamos en el momento:
- Bueno chicos, si nos metemos ahora, de pronto llegan los grandes y se pierde la aventura.
Los grandes eran los mayores de catorce años que se burlaban de nosotros y de nuestros sueños.
- ¿Y yo, qué? -Dijo Patricia- si no me incluyen en sus planes voy y riego el cuento de lo que piensas hacer.
- Silencio- pedí-, esto es lo máximo. Nunca se nos presentará la oportunidad de otra aventura tan llena de interrogantes como esta.
Rodrigo permanecía callado. Por lo general se demoraba en hablar y lanzaba unas ideas fantásticas.
- Yo creo- dijo- que lo mejor es llegar cada uno a su casa, irse a la cama como si nada y se vuela como pueda para encontrarnos aquí dentro de una hora. Si todo sale bien nos van a mirar como héroes.
Nos alegramos con la propuesta, ante la oportunidad de realizar lo que para nosotros era una hazaña increíble. Muchas noches habíamos imaginado mil y una aventuras dentro de la residencia misteriosa y estábamos a punto de iniciar lo deseado. Acordamos encontrarnos en un plazo de dos horas con la condición de que si alguno se arrepentía o no podía salir, mañana dijera que nos encontrábamos en la casa de un amigo de otro barrio haciendo los deberes del colegio, sin determinar dónde. Antes del plazo acordado y con útiles escolares y utensilios de uso común entre muchachos de nuestras edades, nos encontramos los cinco asustados, temblorosos y preocupados pero decididos a emprender la arriesgada empresa que nos llevaría a descubrir lo que nadie había logrado en dos años: revelar el misterio de la casa misteriosa. Superamos nuestras indecisiones azuzados por Omar que era el más arriesgado y que saltó la barda metálica en primer lugar. Ya dentro, y casi amenazador, susurraba órdenes de transponer la barrera. Patricia se animó y pasó de segunda, esto hirió nuestro orgullo masculino y pasamos Rodrigo, Ariel y yo, de último, era el más tímido. Cuando estuvimos adentro los cinco, con todo y miedos, nos sentimos héroes infantiles de una de las series que pasan por la televisión.
- Bueno, ¿Ahora qué hacemos? Pregunté.