Ir a: Mortal (Crónicas angelicales 2da entrega)
No había sido una noche para nada buena, las burlas Oye Damian, que haces fuera de tu cueva? y todo el ambiente pesado no me habían hecho bien, los estúpidos gigantes de ultimo año con sus frases sarcásticas y su ilimitada resistencia al alcohol habían pasado la noche gastándome bromas en frente de todo el colegio, haciéndome lucir como un tonto, pero a lo mejor lo era, después de todo sabía que no debía haber siquiera considerado la idea de esa fiesta pero, después de todo era Samantha quien me había invitado, la niña linda de undécimo grado, la rubia de sonrisa perfecta que se sentaba todos los días frente a mí, del otro lado de la cafetería por supuesto, se había dirigido a mí para invitarme ¿Cómo podría haberme negado?
Era lo único en lo que podía pensar cuando, cruzando el parque para llegar a mi casa, lo vi, el tipo rubio desnudo sentado en el pasto, mirando al cielo luciendo asombrado por cada gota de lluvia que lo golpeaba… Esa si que debió haber sido una fiesta salvaje pensé al instante en que al verme pareció sufrir un ataque, se congeló en el acto y trató de esconderse de mí, mantuve mi distancia y caminé lentamente para no alterarlo más, estaba demasiado en forma para ser un indigente, quizá sería un psicótico, uno más al que las terapias no ayudaron; Intenté hacerme el de la vista gorda y seguir mi camino, pero cuando al darme la espalda noté que estaba sangrando, no pude dejarle allí, tenía una herida que no lucía muy bien en su espalda, cerca de su hombro derecho, quizá solo se trataba de mi desagrado por la sangre, pero me pareció algo serio, así que, rindiéndome ante esa extraña necesidad de ayudarle, caminé con sumo cuidado hasta su escondite detrás de una de las bancas del parque
- Oye, oye cálmate – Su rostro era amplio, al igual que su cuerpo, era un tipo grande, pero se asustaba como una niñita – Tranquilo, te voy a ayudar – Sus ojos se cerraban con fuerza, y sus manos sujetaban su propio cuerpo aun más fuerte, sin pensarlo, puse mi mano sobre su hombro izquierdo, estaba muy frío, la noche, la lluvia y la falta de vestimenta lo debían tener por debajo de los veinte grados; por fin, tal vez al entender que no me iría, los espasmos se detuvieron y sus manos cayeron al suelo, Por favor que nadie me vea haciendo esto me repetía mientras de alguna forma ponía en pie un tipo desnudo de al menos un metro ochenta y cinco, cuando se pudo mantener parado por si mismo, me aleje un poco y le pregunté – De acuerdo ¿Quien te hizo esto? ¿Cómo llegaste aquí? – Pero so rostro seguía inexpresivo, las gotas de lluvia bajaban por su rostro y por todo su cuerpo, mire a mi alrededor, verificando que no hubiera ningún rostro conocido y le pregunté de nuevo, pero tampoco tuve éxito, lo tomé de un brazo y lo sacudí, pero el sujeto parecía estar atrapado en su lugar feliz, no había respuesta a ninguno de mis intentos por despertarlo, así que desesperado por no obtener respuestas y preocupado por la cantidad de sangre que podía haber perdido ya, lo abofeteé un poco, pero su rostro, frío y níveo no se alteró, lo abofeteé una vez más, con más fuerza, pero su expresión no se inmutó; me estaba empapando, seguramente llegaría tarde a casa, y no podía estar seguro de si alguien me habría visto con un tipo desnudo a mitad del parque, el mismo tipo desnudo que se negaba a responder las preguntas que le hacía para poder ayudarlo, así que, en un repentino bombardeo de ira y adrenalina a mi médula, le asesté un golpe con todo lo que tenía en su rostro, un quejido estridente escapó de él y sin equilibrio alguno, cayó sentado al pasto.
Invadido por un terrible ataque de culpa, le puse mi camisa sobre los hombros, definitivamente no le quedaría, pero allí a lo mejor serviría de algo, me puse a su altura doblando las rodillas y me preparé para levantarlo, empezaba a rodearlo con mis brazos cuando encontré sus ojos clavados en los míos, unos grandes y luminosos ojos, parecían hechos de mercurio, plateados y brillantes, era increíble pero irradiaban calma, sin separar la mirada de sus ojos, lo cual resulto muy incómodo segundos después, lo levante de nuevo y le hice las mismas preguntas otra vez, sin respuesta alguna, otra vez; decidí llevarlo a la clínica, la única que recordaba, donde me habían tenido un par de veces, así que lo tomé de su brazo izquierdo y lo llevé hasta la carretera para esperar un taxi, pero él no se detuvo en la acera, siguió caminando como un zombie, corrí hasta él y lo sujeté, empecé a llevarlo hacia el andén de nuevo, no resultaba tan difícil, no oponía resistencia alguna, lo que resultó difícil fue esquivar el taxi que venía cruzando a toda velocidad por la esquina, las luces nos iluminaron y quedé cegado al instante, me las arreglé para empujarlo hacia delante y caer a su lado, los chirridos de los neumáticos lo debieron alterar terriblemente pues empezó a aullar. Escuché, mientras me levantaba y recuperaba la visión, la puerta del conductor abriéndose y volviéndose a cerrar, sentí sus manos levantándome y cuando abrí mis ojos vi su expresión alterada, un bigote demasiado poblado se movía en su rostro con arrugas, sus también pobladas cejas estaban curvadas y sus ojos negros me miraban atentamente, las palabras se agolpaban en su boca, no le pude entender absolutamente nada, en cuanto estuve de pie busqué con la mirada al psicótico desnudo, quien estaba herido de verdad y lo vi tendido en la acera bajo la lluvia, respiré profundo y tomé de los hombros al taxista, se sorprendió y antes de que pudiera hacer algo para zafarse le grité
- ¡Llévenos a la clínica! – Mi corazón se exaltó de pronto – Rápido, llévenos a la Santa Lucía
- ¿A quienes? – El taxista miró al psicótico, sabía que se trataba de él pero no lo deseaba así, después de todo, un tipo sin camisa, otro desnudo y herido… causaban muchas preguntas, no tenía idea de qué hacía yo mismo ayudándolo – ¿Qué pasó?- Este tipo – Señalé al sujeto en la acera – Está herido, lo encontré ¡Llévenos a la clínica! – Con un gesto asintió y titubeante caminó junto a mí para levantar al sujeto herido, lo llevamos juntos hacia el auto sin mayor inconveniente, los neumáticos chirriaron cuando el auto arrancó.
Antes de bajar del taxi, envolvimos al psicótico con mi camisa, lucía más bien cómo una falda pero, al menos evitaría un escándalo… uno más grande; la sala de urgencias estaba casi vacía, pero las personas allí estaban necesitadas de un doctor, quizá más que mi “protegido” – Como había empezado a llamarlo - pero no podía esperar allí toda la noche, no solo porque llegaría tarde a casa, después de todo, cuando mis padres escucharan mi increíble historia de buen samaritano esta seguramente expiaría cualquier falla, sino también porque desde la ultima visita a esa sala, había desarrollado un enorme desagrado por los ambientes de esa índole. Después de dar demasiadas explicaciones y de mostrar mi carné como suyo, por fin accedieron a ponerle las suturas a mi “protegido” lo dejé en manos de una enfermera pasada de kilos, pero cuando me dí media vuelta para sentarme y volver con el preocupado taxista, un gemido escapó de él, la enfermera lo llamó por mi nombre y lo tomó de un brazo, pero él, con sus brillantes y extravagantes ojos plateados clavados en mí, sin expresión alguna, se negaba a moverse, la enfermera lo miró a él y después a mí, mis nervios se alteraron y en un desesperado intento por tener el control, me acerque a ellos y le dije a la enfermera – Quiere que lo acompañe – Y sonreí, ella accedió de mala gana y entramos al área de atención, dejando atrás al conductor desesperado.
La enfermera regordeta vestida de celeste fue en busca de una graciosa bata de internos para cubrir a aquel psicótico, dejándonos solos en la fría habitación con solo una camilla y fluidos corporales por doquier, habría sido una noche agitada en las urgencias, me paseaba por la habitación matando tiempo y tratando de concentrarme en otra cosa que no fueran mis viejos recuerdos de hospital cuando lo descubrí mirándome, sus ojos plateados estaban fijos en mi rostro, sin expresión alguna pero con tanta fuerza que me hacía sentir como una cucaracha gigante, me acerqué a él para tratar de romper el hielo, me senté en un pequeño banco que servía de escalera a la camilla y quedé frente a él, que estaba sentado en ella; sus ojos no se despegaban de los míos, me intimidaban, desvié la mirada un momento y le pregunté:
- Y que ¿No te duele? – Me sentí extraño cuando no obtuve respuesta, pero seguí intentando – Es decir, no te has quejado en toda la noche – No vi en él ninguna intención de responder, así que no pregunté de nuevo, solo analicé la habitación por completo desde la banca mientras llegaba la enfermera.
Después de vestirlo con la graciosa bata, la enfermera procedió con las suturas, preparó la anestesia y dijo que eso dolería un poco, lo miré, preguntándome si lo habría entendido, pero sus ojos y su expresión seguían vacíos, así que traté de comunicarle que le dolería pero que debería quedarse quieto, sin embargo, nunca fui bueno con las charadas y dudé que hubiera entendido, busqué su mano para sujetarla mientras le administraban la dolorosa inyección, la tomé y sentí el frío de su piel, era agradable… refrescante, sus ojos abandonaron los míos por un instante para contemplar lo que había acabado de hacer, mi mano sujetando la suya, pero él no sujetó la mía, la enfermera me dirigió una mirada expectante y con un gesto asentí, ella acomodó su cabello mal tinturado y tomó el hombro de mi “protegido” con su mano izquierda mientras que con su otra mano empezó a aplicar la inyección.
Fue perturbante aquel momento, sus ojos plateados se abrieron terriblemente sin quitar la mirada de la mía, vi como esos increíbles ojos de mercurio se llenaban de venas, tomando una tonalidad casi rosa, vi como se llenaban de lagrimas y como estas empezaban a rodaban por su níveo rostro que se empezaba a llenar de manchas rojas alrededor de sus ojos y su nariz, vi como su boca se torcía levemente pero con fuerza en un gesto irreconocible, sentí mi mano siendo aplastada bajo la suya y escuché el agonizante gemido ahogado que salía de él, todo sin que sus ojos abandonaran los míos; las lagrimas rodaban por montones durante las suturas, pero su expresión seguía sin cambiar, sus cejas se sacudían en ocasiones, al igual que sus párpados, podía sentir su dolor, sus quejidos e incluso sus gritos solo con ver sus ojos ampliamente abiertos fijos en los míos; la enfermera terminó su trabajo sin que él hiciera el mayor movimiento, después de ponerle una gasa y asegurarse de que todo había salido bien, me recomendó ir a buscar analgésicos antes de dejar la clínica y se fue.
Después de reclamar en la farmacia de la clínica los analgésicos, salimos de urgencias; el preocupado taxista estaba afuera fumando un cigarrillo, quizá el quinto o sexto de la noche, al vernos se alteró y como un padre primerizo revisó a mi “protegido” cuando lo convencí de que todo estaba bien, dio un amplio respiro, que de haber sido un poco mas fuerte habría arrancado su bigote, se sacudió la boina café de cuero desgastado y me miró.
- ¿A donde los llevo ahora? – Su posición era más suelta pero su gesto seguía luciendo intranquilo, quise evadirlo pero se negó a dejarnos ir en otro taxi, caminó hasta su auto y abrió la puerta de pasajeros, me mantuve en mi lugar, tratando de ser firme en mi decisión pero, mi “protegido” no pareció estar interesado en ello y entró sin inconvenientes al taxi, el hombre sonrió y no tuve otra opción más que entrar en él también; tuve mucho cuidado de no lastimar el hombro herido de el sujeto rubio al que había rescatado, más del que él mismo tenía, cuando por fin logré encontrar una postura que no estropeara las suturas, me concentré en la ventanilla, pensé en que haría ahora y suspiré al no ver otra alternativa.
Para cuando llegamos a casa, el hombre del taxi se sentía más tranquilo, había dejado de hacer preguntas y su mirada mostraba mas calma; bajé del auto pero tuve que volver a el para sacar a mi “protegido”, lo tomé de un brazo y lo saque con cuidado de que no llegara a perder su bata de hospital, le hablé para que cambiara su aspecto ausente, pero ni un mínimo murmullo salió de él. Insistí en pagarle al preocupado conductor, pero se negó explicando que era lo menos que podía hacer después de casi pasar su taxi sobre nosotros; busqué entre mis bolsillos las llaves de casa y abrí la puerta tratando de no hacer mucho ruido, me giré y aun se encontraba congelado en la acera.
- Vamos, entra – Su mirada siguió el sonido de mi voz, pero no hubo en él otra señal de vida; el taxi se fue y él aun no se movía, caminé hasta donde se encontraba, lo tomé de un brazo y una vez más lo invité – Vamos, no te puedes quedar aquí afuera – Su boca se movió ligeramente, de haber estado un poco más loco habría dicho que trataba de imitar mis palabras, de repente asintió con su cabeza y me siguió torpemente hasta la puerta, entré y dejé las llaves sobre la pequeña mesa del pasillo, encendí la luz y me di vuelta, su figura estaba plantada bajo el marco de la entrada, lo mire y con un ademán lo invité a seguir por tercera vez, su mirada refulgente se posó en la mía, con toda la fuerza de sus plateados ojos inexpresivos, negó con la cabeza en silencio y se dio vuelta hacia afuera; confundido lo llamé varias veces, subiendo de tono con cada intento, cuando comenzó a caminar hacia la calle, lo alcancé con un par de zancadas y lo tomé de su hombro sano tratando de detenerlo, entonces lo vi: un hombre con un saco gris al otro lado de la calle, iluminado por el letrero de una farmacia, sosteniendo abierto, como si estuviera leyendo, un pequeño libro en su mano derecha y una delgada cadena brillante en la izquierda, podía sentir su mirada, escondida en la oscuridad por una vieja gorra azul, mi “protegido” lo miraba fijamente y vi por primera vez en toda la noche un leve asomo a una expresión en su rostro… sorpresa.
Siguió caminando a pesar de tener mi mano sobre su hombro, un par de pasos más y mi mano quedó colgando, sus pasos eran seguros, ya no eran torpes como los de toda la noche, parecía alguien diferente, definitivamente era un psicótico, me quedé contemplando todo su camino desde la entrada a mi casa hasta que estuvo junto al hombre de la gorra azul al otro lado de la calle, quien, al llegar mi “protegido” a su lado, cerró aquel pequeño ejemplar y lo tomó de su hombro sano, extendió la mano mostrándole un camino y desconcertado vi cómo desaparecían en la siguiente esquina.