- Vamos, entra – Su mirada siguió el sonido de mi voz, pero no hubo en él otra señal de vida; el taxi se fue y él aun no se movía, caminé hasta donde se encontraba, lo tomé de un brazo y una vez más lo invité – Vamos, no te puedes quedar aquí afuera – Su boca se movió ligeramente, de haber estado un poco más loco habría dicho que trataba de imitar mis palabras, de repente asintió con su cabeza y me siguió torpemente hasta la puerta, entré y dejé las llaves sobre la pequeña mesa del pasillo, encendí la luz y me di vuelta, su figura estaba plantada bajo el marco de la entrada, lo mire y con un ademán lo invité a seguir por tercera vez, su mirada refulgente se posó en la mía, con toda la fuerza de sus plateados ojos inexpresivos, negó con la cabeza en silencio y se dio vuelta hacia afuera; confundido lo llamé varias veces, subiendo de tono con cada intento, cuando comenzó a caminar hacia la calle, lo alcancé con un par de zancadas y lo tomé de su hombro sano tratando de detenerlo, entonces lo vi: un hombre con un saco gris al otro lado de la calle, iluminado por el letrero de una farmacia, sosteniendo abierto, como si estuviera leyendo, un pequeño libro en su mano derecha y una delgada cadena brillante en la izquierda, podía sentir su mirada, escondida en la oscuridad por una vieja gorra azul, mi “protegido” lo miraba fijamente y vi por primera vez en toda la noche un leve asomo a una expresión en su rostro… sorpresa.
Siguió caminando a pesar de tener mi mano sobre su hombro, un par de pasos más y mi mano quedó colgando, sus pasos eran seguros, ya no eran torpes como los de toda la noche, parecía alguien diferente, definitivamente era un psicótico, me quedé contemplando todo su camino desde la entrada a mi casa hasta que estuvo junto al hombre de la gorra azul al otro lado de la calle, quien, al llegar mi “protegido” a su lado, cerró aquel pequeño ejemplar y lo tomó de su hombro sano, extendió la mano mostrándole un camino y desconcertado vi cómo desaparecían en la siguiente esquina.