Ir a: Fe, corazón y alegría (3)
Días difíciles
Los días siguientes al incidente del pincel y los dibujos vivientes, fueron muy complicados. Alma estaba excesivamente presionada por el trabajo que significaba poner la hacienda en orden, además de que, al revisar las libretas, descubrió que, prácticamente no había dejado utilidades la cosecha.
La hacienda se sostuvo hasta entonces, gracias a las cuentas personales de su padre, las cuales fueron repartidas en su testamento a los empleados. Ella no tenía ahorros de los cuales poder echar mano.
Se acercaba el fin de semana, y con él, el día de pago a los trabajadores. Desgraciadamente el intenso calor y las escasas lluvias empeoraron la situación, la siembra estaba en riesgo. Tenía que aceptarlo: se encontraban al borde de la ruina.
Aunado a ello, Miguel se rehusaba a regresar, él no confiaba en el futuro incierto de la hacienda heredada, insistía en que pusiera la propiedad en venta y volvieran a su vida cotidiana en España.
Para Alma, acatar la propuesta de su marido significaba un sacrilegio, aún en las condiciones en que se encontraban las cosas. Su padre le encomendó ese lugar en donde dejó esencia, vida y corazón. Trabajó duramente toda su existencia por esas tierras, ella ya había sido lo suficientemente egoísta al irse lejos de ahí con todo y nieto cuando él más la necesitaba, todo por seguir a Miguel. No podía, ahora, desatender su última voluntad.
Con esa situación, la presión aumentó, se sentía atrapada entre los deseos póstumos de su padre y el deber de esposa que le exigía volver al lado de su marido manteniendo, así, unida a la familia.
Carlitos, acostumbrado a la ternura con que su madre lo había tratado toda la vida, se sentía confundido, ahora ella estaba siempre de mal humor, por más esfuerzos que hacía por distraerla y animarla a hacer otras actividades juntos, no lograba que volviera a ser la de antes.
Invariablemente terminaban teniendo fricciones. Lo que nunca había sucedido a lo largo de sus 10 años, pasaba actualmente. Sentía estar solo e incomprendido en esa casona a la que, no obstante, quería entrañablemente.
La única que parecía mantener la cordura en medio de esa situación era Micaela, que los consentía con sus deliciosos platillos sin olvidarse nunca de platicar con él y sin dejar de entonar sus cantos todo el día mientras se ocupaba de las labores del hogar.
Incluso los animales estaban extraños: Bruno no se levantaba jamás de la puerta. No quería entender que el abuelo ya no saldría nunca. Apenas si comía. Todos estaban preocupados. Aunque el veterinario confirmó que su mal no provenía del cuerpo, estaba ya tan enflaquecido y se veía tan débil que temían que muriera. Las gallinas casi no cacareaban y los caballos apenas si asomaban las cabezas en las caballerizas.
Todo mundo caminaba y dejaba que transcurrieran los días de manera mecánica, incluso, las pocas ocasiones que hablaba con su padre, éste también se comportaba molesto y cortante.
¿Qué les pasa a todos? Se preguntaba el chiquillo ¿No se daban cuenta de que así no llegarán a ningún lado ni solucionarán nada?
El fin de semana llegó y con él, la necesidad de ir al pueblo a surtir la despensa. Carlitos aprovechó para acompañar a su madre, y así, salir un poco de ese aburrimiento que lo ahogaba.
Se les fue toda la mañana en las compras, al terminar, a ella se le ocurrió que se quedarían a comer en el pueblo para pasar un rato juntos, como antes.
Carlitos agradeció profundamente el gesto, ya comenzaba a pensar que había perdido también a su querida mamá. Por un rato, se olvidaron de problemas, platicaron de cosas más agradables y terminaron pasaron una tarde verdaderamente apacible. Al salir del restaurante, se fijó en la gran papelería que estaba frente al lugar, y sin saber por qué, le pidió a su madre con voz suplicante:
-Cómprame una libreta de dibujo y pintura. Quiero usar el pincel que el abuelo me regaló.
-Me parece una buena idea- Respondió Alma- Así, ya no tendrás que pintar en las paredes.
Salieron de la tienda, cargando el paquete que contenía lo que el niño pidió. Al regresar a la hacienda, comenzó a llover. Carlitos se apresuró a ir a su habitación llevando consigo el paquete con pinturas de todos colores y su nueva libreta de dibujo. Sorpresivamente hasta para él mismo, sintió un fuerte impulso por pintar.
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Elena Ortiz Muñiz