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Capítulo 8: “Nochebuena”

El  Pesebre viviente se realizó el día y a la hora programada. Stella vestía un hábito blanco que su madre le había confeccionado, con un manto celeste, representaba a la virgen María. Federico ataviado de un traje franciscano que estaba archivado en la iglesia del pueblo, representaba a San José. El espectáculo fascinó a los pobladores no solo del pueblo sino también de los alrededores que se acercaron para festejar tan digno acontecimiento. Stella no se sentía cómoda con su rol, no tenía la pureza que requería el personaje, Federico, por el contrario sintió que lo que había hecho lo gratificaba, ¿no sería mejor estudiar arte escénico que diplomacia?, pensó, pero, rápidamente dejó atrás esa idea y se concentró en lo que tenía que hacer.

***

Llegó el coronel justo a tiempo para partir hacia la estancia, Clarisa había preparado todo lo que hacía falta para pasar una temporada en aquella vieja casona colonial. Seguramente hasta fines de febrero o comienzos de marzo. Roberto invitó a Federico a viajar en el jeep, mientras que Stella iría con sus padres en el rambler. El caballo y la yegua ya habían sido retirados por Tomás. La casa del pueblo quedaba sola. Clarisa regó sus rosas antes de partir y le recomendó a María Pomaro, la doméstica, que regase diariamente sus flores, cortó un ramo para adornar la mesa navideña, volvió la mirada hacia su casa, su jardín y con nostalgias subió al vehículo de su marido, que como siempre no la saludó y solo hubo algunos reproches. Clarisa acostumbrada a estos malos tratos, contempló el paisaje durante el corto viaje, tenía la impresión que no había sido muy agradable la estadía del coronel en Buenos Aires, prefirió no preguntar, él tampoco dijo nada, los tres guardaban silencio hasta la tranquera, que ya estaba abierta por Roberto. El Coronel frenó el vehículo al traspasar la tranquera, se bajó prestamente y la cerró. Arriba se podía leer aún “La Estrella” el nombre de la estancia.

Al fin exclamó malhumorado cuando hubo entrado al rambler:

-Preferiría haber viajado en la camioneta.

- ¿Dónde la dejaste? – preguntó Stella.

-En el taller. Otra vez se descompuso el cambio. Voy a venderla, ¡productos de industria nacional!...¡já! – se burló – voy a comprar una de fabricación japonesa…dicen que Japón está en su mejor momento económico, este gobierno de mierda no abre la exportación plenamente, voy a tener que viajar al sur del paralelo 43, o llegarme hasta Brasil para conseguir una ¿Toyota?, ¿esa es la marca, nena? –dirigiéndose a Stella, ella se encogió de hombros, no lo sabía, solo se limitó a responder.

-Sí, creo que así se denomina, pero las de fabricación nacional no son tan malas- agregó, como para decir algo – has tenido los problemas comunes a un vehículo que está casi todo el día en la tierra.

-Pero, es nueva…- se lamentó – y vino ya de fábrica con fallas…no y no, me voy a deshacer de ese trasto.

Clarisa no escuchaba la conversación. Su pensamiento estaba en aquella revelación que le hiciera Stella sobre Roberto, no podía convencerse que su hijo pudiera ser homosexual, o como los llamaban en aquel tiempo, solo mariquitas. Roberto tenía rasgos muy masculinos, nadie sospecharía de su condición, no podía creer lo que su hija le había dicho. ¿Podría tratarse de una venganza?...no tenía sentido, de qué podría vengarse Stella, si Roberto no la había dañado jamás, solo cuestiones de hermanos. No, desterró de su mente esa idea absurda. Entonces, era verdad. Y si era así solo tenía que enfrentar a su hijo. Para ello esperaría hasta después de las fiestas.

***

Había caído la noche, serena iluminada por las estrellas y una luna llena que no hacía falta luz en el alero que rodeaba el exterior de la vieja casona. Federico se sentó en un sillón hamaca, impecablemente decorado con almohadones tejidos al crochet por Clarisa, la incansable trabajadora doméstica que nadie, ni siquiera sus hijos habían reconocido todo el sacrificio que dejara en todos esos años. Stella se acercó y se sentó a su lado, Federico la observó largamente, llevaba puesto un vestido muy ceñido al cuerpo de un rojo vivo que resaltaba con la blancura de su piel, sus cabellos rubios, recogidos hacia atrás despejaban una frente ancha y tersa, sus ojos color plomo apenas dibujados por un rimmel colocado prolijamente resaltaba más aún su belleza, y sus labios de un rojizo apagado contrataban con el rubor apenas enmarcado en ambos pómulos que afinaban el rostro. Stella estaba radiante esa noche, Federico impulsado por la cercanía a su prima le tomó la mano y la acarició suavemente, ella lo miró y repitió lo que ya le había manifestado en otras oportunidades:

-Sos muy dulce, primo y me agrada el calor de tus manos.

Separó una de las manos y le acarició el rostro que fue bajando suavemente hacia el cuello y rozó su cavidad torácica apenas abrochado por una camisa de fino tejido de hilo. Federico se dejó tocar, era lo más que podía hacer, su corazón palpitó fuertemente, esa acción provocaba una reacción casi inmediata, pero, Stella advirtiendo que su primo estaba a punto de besarla, se alejó y se respaldó en la esquina de la hamaca, no era aún tiempo para iniciar un romance, tenía dudas del joven, la posición dudosa observada en aquella ocasión en que Roberto lo había besado y la reacción del joven cuando conversaban muy cerca ambos y con sus cuerpos desnudos, la hacía pensar que supuestamente Federico algo tendría que ver con las inclinaciones sexuales de Roberto. Pero, se equivocaba, esa equivocación negaban toda posibilidad para Federico de iniciar una relación amorosa.

-¿Qué ocurre? –preguntó Federico turbado por la iniciativa que iba a tomar y que repentinamente se vio frustrada.

-Nada –se limitó a responder- veo tus intensiones y no deseo romper una hermosa relación que tenemos y que debe ser mantenida, no estoy preparada para tener un romance ahora.

-Me asusta tu sinceridad- expresó Federico muy dolido - ¿Qué puedo tener en contra que no puedo besarte? – se animó a preguntar.

-Me gustaría besarte – lo sorprendió – pero, aún no es el momento.

-¿Por qué no es el momento…? Mirá la noche serena, apenas corre una brisa que refresca nuestros cuerpos, una noche que invita a amar.

-Precisamente,  buscas arrimarte a mí y yo quiero escapar.

-Sí…pero parecías querer seducirme, Stella, no te comprendo.

Se sentía disminuido en su condición de varón, parecía que iba a perder la cordura y tomarla por la fuerza, pero se contuvo nuevamente.

-Me excitás, Stella – le confesó – quiero tener algo con vos.

-Eso, es imposible, ahora –respondió – y menos aún si te excita verme, debo evitar estar a tu lado.

-No –exclamó el incomprendido joven - lo que decís no tiene lógica, Stella. Por favor no jugués conmigo – le suplicó.

- ¡Claro que no! ¿jugar?- preguntó irónica- ¿jugar a qué? – se incorporó y mostró toda su figura provocativa y casi mofándose del inocente joven le espetó – pero, me agrada hacer lo que hago, especialmente con vos, esto es…¿un juego?.

Federico no tenía respuestas, ¿Qué pretendía Stella? ¿quería manejarlo como se conduce a una marioneta?, tal vez, era una mujer difícil y estaba jugando con los sentimientos de un adolescente que quería convertirse en hombre.

-Quiero que seas la primera – confesó el joven – me mueve una gran pasión y tan solo con tocarte ya siento vibrar todo mi cuerpo…

-No me harás creer que aun… ¡sos virgen! - lo increpó burlonamente.

-Aunque no me creas – se sinceró Federico – Así es. Quiero hacerlo bien y con vos me parece que será verdadero…

No dejó que el joven concluyera, muy hábilmente se acercó a Federico, que permanecía sentado y tocándole el miembro rió sarcásticamente – no te queda primo esa falsa confesión - retiró su mano y se alejó entrando a la casa.

Federico no salía de su asombro, se incorporó y se alejó hacia el llano y cayó de rodillas, llevándose las manos hacia el rostro, lloró desconsoladamente en soledad.

***

Cipriano Vega entró a la casa y buscó a su mujer, estaba muy nervioso y acelerado en su motricidad, situación ésta muy rara en él. Leontina lavaba platos en la cocina y al verlo en tales condiciones, le preguntó algo asustada:

-Cipriano… ¿Qué ha ocurrido?

El hombre tomó una silla y se sentó, pidió un vaso de agua y comenzó su relato:

-Estaba en el establo cuando me decidía a emprender el viaje a casa, ví algo que me dejó casi inmóvil.

-¿Qué? –preguntó inquieta Leontina - ¡que viste, Cipriano!

-Tomás y la niña Stella se besaban con pasión.

-¡No! – fue un grito desgarrador el de Leontina que asustó aún más a Cipriano – eso no puede darse.

-No solo eso- prosiguió el capataz – me escondí en el establo, se venía la tormenta y no quería ser descubierto, entonces vi lo que ocurrió…Leontina…desnudos se revolcaron en el pasto…

Leontina no salía de su asombro y horror, diríase pánico por lo que escuchaba de su marido, esos chicos eran hermanos, ¿Qué podía hacer ella para evitarlo?, ¡nadie debía enterarse jamás de esa verdad!...se tomó el pecho con sus manos, la palidez de su rostro asustó aún más a Cipriano que levantándose de la silla y tomándola de los hombros le suplicó:

-No Leontina…no, por favor…-Leontina estaba a punto de desfallecer - ¡por qué te conté esto! ¡por Dios! – se culpó el pobre capataz

Leontina pareció reaccionar y tranquilizó a su marido con voz temblorosa:

-Ya…ya…todo está bien. Hay que evitar que estos jóvenes se sigan frecuentando…si don Rafael se entera, ¡Tomás es hombre muerto! – exclamó la mujer ya recuperada.

-Me parece muy difícil…se dijeron cosas muy…

-¡Basta! –  interrumpió Leontina – no sigas, me da asco pensar en ello. ¡Qué Navidad nos espera! – se lamentó. Luego salió de la casa a tomar un poco de aire fresco y analizar qué acciones emprender. Nada se le ocurrió, solo atormentar su mente y su corazón por la revelación que le hiciera Cipriano. Vencida, por el momento, volvió a entrar al hogar, temerosa de lo que podría llegar a suceder en un futuro próximo.

***

La mesa navideña prolijamente preparada por Clarisa, ayudada por varias mujeres que cuidaban de la vieja casona, mientras que la peonada asaba un par de corderos y media vaquillona para todos los comensales, no solo de la familia sino para los trabajadores de la estancia, incluidos Cipriano y su familia.

Los Ayala llegaron después de media noche, era costumbre asistir primero a la misa que el padre Antonio celebraba en el pueblo una media hora antes de la hora 24.

Andrés vestido prolijamente de traje de lino gris oscuro, camisa blanca y corbata al tono con el traje, zapatos clásicos comprados en la Capital por su padre de la famosa marca Guante, peinado su cabello lacio con fijador, resaltaba aún más su figura. El coronel y su esposa vestían adecuadamente a la ocasión pero no llevaba traje, sino una fina camisa de hilo blanca, pañuelo al cuello al tono con el pantalón de fino hilo inglés, de tono beige y zapatos clásicos de un marrón claro, su esposa, doña Epifanía vestía un elegante traje blanco adornaba su delgado cuello con un collar de perlas españolas. Clarisa que también había elegido una tonalidad blanca de su vestido estilo chemisse, se adelantó a recibir al matrimonio y su hijo, no pudo mirarlo a los ojos, la vergüenza que sentía después de la revelación que le había hecho Stella que podía esperarse de un hombre que no era tal, según su formación moral, nada menos que con su propio hijo, él también merecería el castigo divino por haber caído en un pecado mortal, no merecerían el perdón del cielo, la acosaba esta absurda idea, pero era comprensible en una época que ese tipo de acciones era rechazada de plano y condenada para siempre, tenía que callar y asumir también su culpa, ¿por qué su hijo había elegido ese camino?, se preguntaba y no obtenía respuestas, fingir era su único refugio. Rafael, ignorante de la situación, se acercó muy complaciente y lo primero que hizo fue darle un fuerte abrazo a su futuro yerno.

Stella no había bajado aún, Roberto y Federico estaban sentados en la sala cuando hizo su presencia Andrés. Roberto trató de desviar su mirada para no despertar sospechas y tentarse por la imagen hermosa que imprimía en ese momento Andrés. Federico se levantó y saludó al que miraba ya como su rival, un rival imposible de vencer.

Stella apareció radiante, un solero de suave  rosado apenas tomado con un bretel alrededor de su cuello dejaba la espalda desnuda. El vestido marcaba bien sus senos y más abajo sus caderas, si bien la falda era amplia, al caminar contorneaba su figura elegantemente. Stella era hermosa, aún para los ojos de Andrés, se acercó al muchacho y lo besó en la mejilla. Rafael que la miraba a lo lejos exclamó en tono de pregunta:

-¿Hubo reconciliación?

Ambos rieron sin contestar, todo estaba preparado, hasta la fecha de la boda, que según Stella había dejado en libertad a Andrés para que éste la decidiera.

-¡Feliz Navidad a todos! – exclamó el Coronel Ayala a viva voz.

Pronto un muchacho de la peonada, comenzó a servir el champagne que al unísono levantaron las copas deseando buenos augurios.

Ordenadamente se sentaron en la mesa navideña, el cordero estaba listo para ser servido acompañado de una variedad de ensaladas preparadas para la ocasión. Por respeto al acontecimiento no se hablaría ni de política ni de religión, si bien todos profesaban la fe católica, excepto Federico que se consideraba un agnóstico, siempre alguien provocaba algún tipo de discusión de carácter teológico, sobre todo si era muy conservador, los dardos iban dirigidos siempre al Papa Juan XXIII por convocar a un Concilio en Roma que renovaría- se esperaba eso – la doctrina de la Iglesia. A la mitad de la cena llegó el padre Antonio, que fue recibido con efusivos aplausos, lo había invitado Fernando Ayala, tenía que bendecir el compromiso formal de los futuros esposos. “Toda una parodia” pensó Federico. Y en verdad era una parodia de la que estaban convencidos tanto Stella como Andrés.

-Bueno –intervino Rafael, preparado para discursear- creo que, además de celebrar tan sentido acontecimiento para los cristianos – parecía que iba a dar un sermón, pero, se contuvo rápidamente al apreciar que el padre Antonio lo observaba con recelo – no padre- se disculpó, no pienso hacer una homilía…humildemente, quiero referirme a otro acontecimiento – esto provocó la risa de los comensales- hoy es un día muy especial para ambas familias, y creo que sobre esto, quiero dejar la palabra a Andrés, quien nos va a anunciar de un evento no solo de carácter social, sino más bien de carácter sacramental – y dirigiéndose al padre Antonio se disculpó nuevamente- lo de sacramental va justo en este acontecimiento, padre Antonio.

El sacerdote asintió afablemente con la cabeza. Andrés se incorporó y tras observar a todos dirigiéndose a Stella le preguntó a modo de propuesta:

-Querida Stella –comenzó con voz casi apagada que fue aclarándose a medida que tomaba más confianza de sí mismo – cuando nos reconciliamos, el día más feliz de mi vida – mintió descaradamente - te propuse matrimonio y aceptaste, incluso –respiró con algo de dificultad – dejaste libertad en mi la elección de la fecha. Fecha que hoy propongo y que el resto de nuestras familias y con la bendición del padre Antonio, será aceptada o tal vez – se detuvo un instante para proseguir – te parezca precoz y…bueno, deberíamos decidir una nueva fecha. Propongo para el día 25 de febrero de 1962 nuestra boda que celebraremos en la estancia “El Progreso” propiedad de mi padre, dando testimonio de nuestro compromiso de amarnos hasta que la muerte nos separe – aquí ya Andrés estaba totalmente dislocado, hizo un silencio que fue seguido por todos, esperando la reacción de Stella, pero permaneció callada esperando que continuara con el disparatado discurso y efectivamente Andrés concluyó  preguntándole - ¿aceptás?.

Todos miraron al unísono a Stella, ella sonriente le respondió rápidamente:

-Sí… ¡claro que acepto y me parece una hermosa fecha!

Todos aplaudieron festejando la buena nueva, excepto Federico que tuvo la intención de levantarse, pero se contuvo, no quería crear un clima de interrogación por esa presunta actitud.

***

Afuera, la peonada celebraba la Navidad, despreocupados de los acontecimientos familiares, excepto el decepcionado Tomás. Sabía que iba a suceder allí dentro. La sangre parecía recorrer todo su cuerpo con velocidad y sus venas se hincharon cuando sintió la alegría que reinaba dentro de la casa colonial. Se había producido el anuncio, no resistía que Stella fuera de otro, menos aún de un maricón adinerado, vil, cobarde y miserable corrupto pecador. Su madre se le acercó y tomándolo de los hombros le dijo:

-Tomás, tenemos que hablar.

-Que tiene que decir mamá – se expresó confundido aún, sentía que enfermaba y que podría precipitarse al piso en cualquier instante- no quiero y no puedo hablar ahora.

-Es ahora, hijo. Mañana será demasiado tarde.

-Me asusta su tono de voz, madre- exclamó con preocupación – le pido por piedad, madre, hoy no…hoy no…

Y se alejó, compungido y lloroso. Leontina dejó que se fuera, tal vez tenía razón el joven,  no era el momento para hablar.

***

Así pasó su primera Navidad fuera de su entorno Federico Montemaggiore. Por primera vez en sus escasos dieciocho años de vida, quería estar junto a sus padres. Lo embargó la tristeza, profundamente, el resto de la noche no iba a ser para él una velada placentera, muy por el contrario, se retiró casi entrada las dos de la madrugada, motivó a sus parientes que no se sentía bien. En el dormitorio que compartiría con Roberto, también en esta antigua casona, se recostó vestido y cerró sus ojos, no quería pensar en nada, solo quería dormirse, ese era su mejor refugio.

***

Para Roberto tampoco fue una velada emotiva. Muy por el contrario, tenía bronca de no poder gritar la verdad de ambos, ¿Qué sería de su vida ahora? Pensó, no tenía estudios, no quería asistir a la universidad, tampoco el Colegio Militar del cual había sido dado de bajo y no expulsado por haber sido descubierto en situación “extraña” con otro muchacho, tenía casi veinte años y parecía un hombre del doble de edad, con la copa de champagne en su mano, se unió a la alegría de la peonada, que bailaban alegremente, tomaban vino casero de damajuana, un poco avinagrado, pero, eran sus momentos de felicidad, una zamba, tal vez una cueca,  una milonga sureña para entonarse… bailando y tomando, se acercó a un grupo de peones que cantaban tocaban la guitarra, lo saludaron con respeto, más solitario estaba un joven de contextura física que llamó su atención, pidió disculpas y se acertó al muchacho, le dijo:

-¿Qué pasa que estás tan solitario? ¿no estás con tu familia?

-No patroncito, mi mamá murió cuando tenía doce años y al tata no lo conocí.

 -Lo siento, así es que estás solo…

-Y sí…niño… ¿sabe?, disculpe usted, pero estoy un poco entonado.

Roberto rió, y repuso:

-Yo también… ¿Cómo te llamás?

-Dionisio, niño, Dionisio a secas.

-No me digas niño y vamos a caminar un poco.

Dionisio que estaba algo embriagado, le manifestó:

-No, no podría caminar, tengo una borrachera flor…

-Yo te ayudo, vamos – lo invitó Roberto.

-Bueno…patrón, si usted lo dice.

Se incorporó con dificultad, el resto observó la escena entre el hijo del patrón y el peón, que era ayudado por Roberto, nadie intervino, dejaron que se las arreglaran, era Navidad y vaya a saber dónde irían.

Se alejaron unos metros y Dionisio se detuvo, estaba muy mareado:

-No puedo seguir, niño…voy a vomitar

 Se dio media vuelta y depositó un vómito voluminoso, Roberto sintió asco, pero se contuvo, esa noche quería tener su propia fiesta:

-Vení – le dijo- sentémonos aquí.

-Perdone usted, yo nunca había tomado.

-Bueno, siempre hay una primera vez – Roberto puso sus manos sobre la rodilla de Dionisio, éste estaba casi dormido, no tenía idea de lo que pasaba. Roberto corrió su mano hasta la cintura del muchacho, desprendió los botones de la bragueta, Dionisio hizo un leve movimiento sintió que entraba en éxtasis, no sabía por qué, pero le gustaba esa sensación debajo de sus pantalones.

-Ahora te toca a vos Dionisio.

-Si…claro – pero Dionisio seguía sin entender nada, e inconscientemente, se acercó a Roberto, este le tomó la mano y corrió la cremallera de su pantalón.

Dionisio pareció recobrar la conciencia, retiró bruscamente su mano del miembro de Roberto y ofreció disculpas:

-Patrón…no sé lo que he hecho…¿Qué estamos haciendo?

-Jugando, Dionisio, jugando…aún somos adolescentes…

-Sabe que… - su voz pareció más clara y mostrando el rostro serio, como dándose cuenta de lo que había ocurrido le respondió - ¿no me gusta este juego?...quiero irme.

-Bueno, deberás arreglártelas solo. Yo también me voy. Roberto se retiró satisfecho y pasó el resto de la noche junto a esa gente que le pareció que destilaban mucha bondad a pesar de su humilde condición y de su analfabetismo producto de la clase dominante como la de su padre y la de todos aquellos estancieros de la zona más rica del país.   Dionisio, en cambio, aunque no reflexionó lo que había sucedido con el hijo del patrón, le quedó un sabor amargo esa noche.

 Continuará…

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