Las contradicciones del corazón de la mujer (“Seguiré viviendo” 10a. entrega)
Javier llegó apresurado, imaginando a su amigo en otra dimensión. Un recado mal dado le hizo temer que llegaba demasiado tarde. A paso acelerado recorrió los pasillos esquivando con zigzagueante habilidad a todas las personas.
–¿Padre va para la 801?
La pregunta lanzada desde la central de enfermería contuvo su carrera.
–¿Cómo así? ¿No está el señor Robayo en la 820?
–Y allí está. Lo que pasa es que en la 801 se necesita un sacerdote.
Siguió de largo, no se dio por enterado. Su corazón palpitaba. La puerta del cuarto entreabierta dejaba colar algunas voces. Aunque débil, reconoció la su amigo. Le volvió el aliento. Dos auxiliares lo acomodaban sobre el tendido blanco. Javier irrumpió en la habitación en forma atropellada. Su sotana impidió que lo sacaran. «Siga padre. Ya terminamos y los dejamos solos». El saludo fue de emoción inusitada.
–Me conmueves –dijo José.
–Es que me emociona verte. Te imaginé peor. Traje hasta los santos óleos.
–!Exageras! –le aseguró José–. Serán para otro día.
Y era verdad. La crisis que acababa de pasar, aunque grave, estaba conjurada. José estaba pálido pero fuera de peligro. Una sonda drenaba sangre oscura de su estómago, y por la vena, gota a gota, le reponían toda la que había perdido. El sacerdote se sentó, más con la intención de acompañarlo que de hacerlo hablar, dadas las escasas fuerzas del enfermo.
Las mejores amistades nacen en impensadas circunstancias. Y fueron las quejas de Elisa las que originaron esa amistad tan entrañable. Javier era un sacerdote recién llegado a la parroquia cuando Elisa lo buscó para narrarle sus congojas. Acusó a José de sus desdichas y buscó poner al sacerdote de su parte. Sin embargo Javier terminó por sentir cariño por aquél hombre que en palabras de su esposa era el demonio. El trato amable de José, su serenidad y su prudencia lo convencieron de todo lo contrario. Mostraba, además, razones que deshacían en forma convincente tantas acusaciones. Y guardaba largos silencios ante las admoniciones, que Javier interpretaba como señal de aceptación de sus consejos. Eran apenas de respeto; deseo de no controvertir. Algún día supo Javier que los mutismos sepulcrales significaban un rechazo oculto, con el que José evitada refutar a las personas que estimaba. Con el tiempo la crisis matrimonial perdió interés, la intelectualidad de José ganó notoriedad, y su biblioteca se convirtió en lugar obligado de las consultas del joven sacerdote.
José era católico, pero un crítico implacable con todo lo dogmático. Y eran dogmas los que colmaban la mente de Javier.
Cuando el padre se marchó, la memoria de José se atiborró con sus recuerdos.
La primera controversia con Javier fue por culpa de la planificación de la familia.
–La Iglesia no debería oponerse. Basta echar un vistazo a la pobreza y reparar en la irresponsabilidad con que los hijos se conciben, para aceptar su conveniencia. Los niños llegan al mundo sin amor, sin conciencia de lo que su formación entraña, sin condiciones para brindarles los mínimos cuidados, condenados al hambre, a la mendicidad y a la delincuencia para sobrevivir.
–La vida es un don de Dios. Un mandato divino inalterable.
–Pobre argumento para un intelectual.
Entonces Javier recurrió a razones demográficas:
–Los países desarrollados que combatieron la natalidad se equivocaron. Hoy sufren las consecuencias de una población envejecida. La falta de esos niños puso en riesgo la seguridad social y el ritmo productivo. Toda generación cuando declina, necesita que la que la sucede la sostenga. Como ves, es más que un capricho de la Iglesia, es una ley natural; tan elemental, que hasta los más pobres, que carecen de instrucción, la aplican. Tienen hijos para multiplicar el trabajo y el ingreso, ponen en esos niños la esperanza de un mejor futuro.
Pero José se opuso:
–Rechazo por utilitarista el argumento. Es una tesis en contra de la planificación, pero una tesis nada decorosa. ¿Como justificar la existencia de un ser humano por la utilidad que tiene para otros?
–Así lo has querido ver, porque tu apreciación prescinde del amor que yo percibo en los hogares pobres.
–Más que eso veo las privaciones de los niños indigentes.
–Sin esos niños el mundo sería lúgubre, ellos traducen la alegría de Dios.
–Justamente por ellos es que el mundo debe ser planificado. En la mesura está que la población ni se exceda ni se extinga. La superpoblación termina en la pobreza extrema, aquélla que no remedian ni los gobierno de buenas intenciones.
La discusión entonces terminó con un Javier exasperado que se negó a seguir tratando el tema.
Otras veces una conversación bien llevada podía echarse a pique por asuntos baladíes y comentarios insensatos.
«Es más fácil para un sacerdote ser célibe que para un casado mantenerse fiel», había dicho Javier en hilarante apunte. Y José aprovechó el jocoso entremés para enfilar sus críticas contra la castidad exigida a los miembros de la Iglesia; pero se valió, para comenzar, de un argumento tonto que resultó ofensivo.
–¿No le estará abriendo el celibato a los homosexuales las puertas de la Iglesia?
Javier juzgó confusa la pregunta, pero la asociación de los términos le pareció chocante.
–Digo, Javier, que puede haber muchachos que toman los hábitos para disimular tras la sotana su inclinación sexual.
–¿Te convertirse en caja de resonancia de quienes agreden a la Iglesia? Igual hay homosexuales que se casan con idéntico propósito.
José sintió vergüenza, pensó que había sido un comentario estúpido, porque a la hora de la verdad los menos de los homosexuales actuaban con recato. Se había vuelto cotidiano que se exhibieran con descaro o proclamaran su condición con inaudito orgullo. En ese momento imaginó que el sacerdote también había podido creer que él dudaba de su hombría. Pero Javier haciendo caso omiso de la ligereza, apenas le pidió a José que desterrara de la conversación esas cuestiones.
En otras ocasiones el hedonismo, la separación y la infalibilidad del Papa fueron la causa de las desavenencias. Los diálogos sobre el divorcio no eran fáciles, pero cosa curiosa, con el suyo Javier fue tolerante. «Muy en el fondo de su corazón comprendió que me era imposible convivir con un ser tan altanero», contaba José con aire triunfalista. De todas maneras era un asunto que preferían eludir el escritor y el sacerdote.
El aborto, en cambio, era una materia que los reconciliaba. Aunque diferentes eran sus motivos, hombro a hombro terminaban unidos por la misma causa. Para Javier el rechazo provenía de su convicción del carácter sagrado de la vida; para José del respeto de la vida ajena, pues no digería la tesis de que es viable porque la mujer es dueña de su cuerpo. «Dueña es la madre de su propio cuerpo, pero no por tenerla en su vientre lo es de su criatura». Esa afirmación regocijaba tanto a Javier que hasta olvidaba que con parecidos argumentos José justificaba el suicidio y la eutanasia. Claro que José condenaba el aborto, pero no le daba la connotación de homicidio malintencionado, pues reconocía la carga emocional de quienes lo pretenden. «Los verdaderos homicidas son quienes lo practican y quienes fríamente en nombre de otros lo reclaman», lo escribía jactancioso, exponiéndose al repudio de las asociaciones feministas.
Con la unión de homosexuales, la situación se parecía. Para Javier ofendía la esencia de uno de los sacramentos más hermosos. Tenía carácter de herejía, tomada en su acepción de fe. Para José esa herejía tenía la acepción de disparate. Le parecía un despropósito, un ridículo supino, porque convencido de que la pareja era un fenómeno natural para perpetuar la especie, no veía dónde podían caber en ese fin dos personas con el mismo sexo. Tan caricaturesco le parecía el asunto, que solía ahorrase disquisiciones y le daba el trato frívolo que en su criterio merecía. «Si terminan mal las parejas heterosexuales, como podrán terminar las un par de m...» Esa vez se abstuvo de terminar la frase, pero Javier con una sonrisa socarrona dio muestras de entenderlo todo. «Dizque pensando en contraer matrimonio en un mundo en que son más los que se separaran que los se casan, deberían sentirse felices de ser libres, de que no exista norma que los mortifique. De tantas sociedades que podían formar no se les ocurrió otra peor que la matrimonial, la de peor augurio». Lo pensó, mas no lo dijo. ¿Para que cambiarle a la conversación el rumbo entretenido?
Al principio en las conversaciones primaba la cautela, con la familiaridad surgió la intemperancia; la desazón de sus enfrentamientos los llevó a una relativa tolerancia; y finalmente, la amistad decantada a la mesura. Las discusiones obstinadas los enfrentaron al dilema de renunciar a su amistad o preservarla de las batallas a que llevaba el carácter irrebatible de sus argumentos. Como respuesta, de una parte dejaron de defender con tanto ahínco sus posiciones antagónicas, y de otra, se fueron olvidando de tratar los asuntos que resultaban más polémicos. En sus primeras discusiones ambos recurrían a la ilustración para llegar fortalecidos al siguiente encuentro, y buscaban la información que doblegara la razón del adversario. Con el tiempo todas esas estrategias pasaron al olvido. Y los temas se volvieron más mundanos, tan poco trascendentes, que difícilmente surgían las diferencias De pronto la literatura o el cine tocaban puntos neurálgicos que revivían las discusiones. Que se especulara, por ejemplo, con la esposa o los hijos de Jesús exasperaba al sacerdote, y se contrariaba cuando José defendía el derecho a teorizar de los autores. «Jesús no necesita que te sobresaltes por asuntos de tan poca monta, su grandeza no reside en no haber tenido hermanos, en no haber tenido hijos o no haberse casado. Si esas versiones, ciertas o falsas, ponen a tambalear la fe, los cimientos del cristianismo son de barro. Me molestaría que se pusiera en duda su bondad, o se expusiera que el Mesías fue un pícaro. Ese sí sería un petardo para volar la fe o un verdadero agravio».
Con una familia tan restringida y tan distante, Javier adquirió para José el estatus de un hermano, que aunque menor, se sentía su superego por obra de sus férreos principios moralistas. José entrañablemente lo apreciaba, a despecho del roce de sus ideologías. Tenía muy claro que la amistad estaba por encima de cualquier doctrina. «Las diferencias ideológicas sólo entre fundamentalistas llevan a la enemistad. Entre ellos son el fermento natural de sus contiendas».
En tantos años, pasaron por las manos de Javier buena parte de los artículos, columnas y libros de José. Por respeto los criticaba con prudencia, soltando algún elogio al estilo del autor, para no resultar tan antipático. Pero también había escritos que lo satisfacían, y que leía y releía con entusiasmo.
A pesar de las diferencias religiosas, José reconocía la influencia de Javier en su existencia. Aunque no le aceptaba la mayoría de sus preceptos, lo reconocía como el polo que lo reconciliaba con Dios, y que lo hacía volver, y con frecuencia, su mirada al Cielo. También José se había proyectado en la mente de Javier, no tanto como para cambiar sus convicciones, pero sí para acrecentar su tolerancia. Con los años el sacerdote terminó por aceptar sin aspaviento el influjo del instinto, y pidiendo a las mujeres que consolidaran el matrimonio mediante la comprensión de las debilidades de los hombres. También a regañadientes aceptó el divorcio: «A veces siento que me queda grande el ministerio. Ante lo inevitable, les imploro al menos, que se separen sin ocasionar dolor y sin hacerse daño».
Continuará…
Entre la salvación y el sufrimiento (“Seguiré viviendo” 12a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento
“Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.
Por su extensión será publicada por entregas con una periodicidad semanal.
http://luismmurillo.blogspot.com/ (Página de críticas y comentarios)
http://luismariamurillosarmiento.blogspot.com/ (Página literaria)