Las batallas conyugales (“Seguiré viviendo” 9a. entrega)
Alicia era una joven agraciada, extrovertida y bella cuando la conoció José. Despertó sus impulsos pasionales cuando por primera vez la vio en la empresa. Pero la conquista se quedó en deseo. Ella cohibió sus intenciones con las constantes alusiones a Mauricio, el novio que creía perfecto. Aún así la frecuentaba, porque encontraba en ella algo que trascendía el interés erótico y que lo hacía disfrutar su compañía. Alicia compartía sus argumentos, su concepción del mundo y de la vida, y abría progresivamente, de par en par su corazón, dejándolo ver con confianza inusitada sus secretos y sus sentimientos. José correspondió descubriéndole los suyos. Imperceptiblemente se volvieron amigos entrañables. José afirmaba que si hubieran sido amantes la relación no hubiera sido tan duradera y tan perfecta.
Era cierto, estaban a prueba de los desengaños que sufren las parejas, y exentos de reprimirse, como los esposos, la confesión de sus secretos. José llegó a conocer mejor que Mauricio las insatisfacciones de Alicia, sus orgasmos fingidos, sus tentaciones, sus frustraciones, sus aspiraciones y todos sus proyectos. Y ella, de la vida de José nada ignoraba. Baste decir que era la primera en enterarse en detalle de sus infidelidades desde el momento mismo en que eran una inconsistente fantasía. Aunque Joaquín también participaba de las confidencias de ese mundo reservado, José temía su indiscreción y sus impertinencias. Con Alicia no había, en cambio, prevención alguna.
Alicia se casó con su príncipe azul, pero un día, como en las desventuradas historias de José, descubrió cuando le buscaba explicación al desinterés de su marido, la traición que se ocultaba en su desgano. Lo aborreció al instante, y le exigió que se fuera para siempre de la casa. Mauricio suplicó, hizo promesas desesperadas, pidió otra oportunidad, ofreció renuncias humillantes. Nada valió. El odio se había apoderado del corazón de Alicia.
Ella consciente de sus contradicciones le contó a José que quería a Mauricio pero lo había sacado de su corazón; que era incapaz de soportarlo, pero iba a ser duro no volver a verlo; que le sentía asco, pero añoraba sus caricias. José, versado en la incoherencia de los sentimientos femeninos, le explicó mientras la consolaba que en la mujer no sólo se enfrentan la razón y el corazón, sino los mismos sentimientos: «Entran en conflicto la mitad del corazón que odia, con la mitad del corazón que ama.. Las mujeres odian aunque sufran, son implacables aunque amen, quieren y no quieren, y quieren sin que deban. En síntesis echan a su pareja y luego lloran porque les hace falta. Viven en permanente contravía con sus instintos. Los hombres, más elementales, nos dejamos dirigir por ellos. Para pasar la pena me buscaría una amante». Y Alicia dio por seria esa recomendación desprevenida. No duró mucho la aventura, pero distrajo su pena y sus rencores. «No sé si ahora lo comprendo, pero estoy segura de que esta ilusión me quita tiempo para odiarlo», le respondió a José, cuando él la hizo consciente de que Mauricio ya podía reprocharle lo mismo que ella a él le censuraba. El tono burlón de José era de aplauso, y ella reconoció que lo que sufrió como esposa, lo estaba disfrutando como amante. Sarcásticas lecciones del destino, y más evidencia para José, que aprovechó la experiencia de su amiga en sus escritos: «Más durarían los matrimonios si las esposas actuaran con el desinterés de las amantes, dispuestas a recibir las migajas de la abundancia que no sacia a las legítimas esposas. [...] Nada como un amor prohibido para cambiar la escala de los juicio, porque todo el que incurre en lo que juzga termina enjuiciando con más benevolencia».
Continuará…
José y Javier, unidos por la amistad y separados por el dogma (“Seguiré viviendo” 11a. entrega)
Luis María Murillo Sarmiento
Nota: “Seguiré viviendo”, con trazas de ensayo, es una novela de trescientas cuartillas sobre un moribundo que enfrenta su final con ánimo hedonista. El protagonista, que le niega a la muerte su destino trágico, dedica sus postreros días a repasar su vida, a reflexionar sobre el mundo y la existencia, a especular con la muerte, y ante todo, a hacer un juicio a todo lo visto y lo vivido.