Identificarse Registrar

Identificarse

Índice del artículo

No es posible expresar con exactitud los sentimientos de Raúl en aquel momento. La vergüenza causada por el escarnio público al que se le sometía injustamente, le sirvió como máscara para ocultar la irritación y el enfado que su progenitor le causaba y le hizo olvidar por unos instantes las maquinaciones homicidas que había contemplado desde que salió de la casa de don Eduardo, donde fue objeto de similares tratos, esta vez por parte del avaro anciano, que lo amenazó con dar el furgón a otros conductores si al terminar la jornada no habían reparado algunos daños que este tenía y que no habían sido causados por ellos precisamente. La idea era descabellada, pero Raúl la usó como único desahogo a tanta tensión que le causaban sus padres, el trabajo y las responsabilidades que la vida le había delegado a una edad inconveniente. Con tan solo dieciocho años, ya había tenido que enfrentarse con la enfermedad terminal de su irascible madre, la terrible amargura que le causaba la muerte de su hermano tres años mayor que él, ocurrida algún tiempo atrás, y las andanzas de su media hermana, que era fruto de las de su padre. Además, había dejado la escuela pública a los diez años, cuando don Pedro decidió que lo mejor para el entonces preadolescente era aprender en “la escuela de la vida”.

Esa escuela, en la que muchos entran por obligación y otros por ignorancia, no le enseñó como crear negocios prósperos ni cómo ser un empleado eficaz. Mas bien, aprendió a lidiar con seres del peor género, los cuales le enseñaron una que otra triquiñuela para apoderarse de lo ajeno y el desacierto de ligar la felicidad al dinero, y por ende, la falta de este al fracaso. Aunque luchó tenazmente por evadir dichos conceptos, no se puede negar que en más de una ocasión actuó en virtud de ellos al comportarse como muchos de sus contemporáneos y desvivirse por hacer alarde de su poco dinero mediante la exhibición de alguna nueva adquisición en su escaso y deslucido armario.

Había transcurrido un año desde que uno de sus amigos más cercanos le enseño pacientemente a fumar y por esto se daba aires de experiencia y virilidad, esperando siempre a estar cerca de alguna chica para así encender un cigarrillo y flirtear con ella. Estos comportamientos pueriles no restaban nobleza y responsabilidad a Raúl, pues siempre se preocupó por cuidar de su familia y ganarse el dinero honradamente con algunas ligeras excepciones. Por el ambiente en que había crecido era casi un milagro que no estuviera en peores condiciones, como muchos de sus amigos, que ya eran temidos delincuentes, padres de niños a los cuales negaban y en algunos casos recuerdos sepultados bajo lápidas con tristes epitafios.

El fin de la mañana sería desgastante para Raúl, que tuvo que seguir soportando los achaques de su padre que no paró de quejarse por la escasez de trabajo, por la falta de dinero para pagar las deudas y por la severa disposición de don Eduardo, que ahora los obligaría a sacrificar la mayor parte de la ganancia del día en reparar un carro que ni era suyo ni ellos habían averiado. Después de la hora del almuerzo en la que ambos estuvieron enclaustrados en la cabina del camión para disimular que no tenían nada que comer, apareció el primer cliente del día. Era la primera vez que veían aquel sujeto espigado y elegante que por su indumentaria fina y bien cuidada llamaba la atención de todos.

- Buenos días... – dijo en tono apurado el forastero.

- A la orden, patrón - contestó don Pedro, interrumpiendo al visitante.

- Es que necesito llevar una mercancía hasta San Nicolás –un barrio relativamente retirado- y tengo un poco de afán. Ustedes me pueden ayudar?

Percibiendo que era un hombre adinerado, de buenas maneras y además urgido, don Pedro fingió cierto desinterés, algo común entre casi todos los comerciantes, por lo menos, entre los Colombianos:

- Pero... qué mercancía sería?

- Es tela - respondió

- En rollo?

- Sí señor.

- Como cuántos?

- No sé – contestó exasperado el extraño, apartando la mirada para buscar otras opciones.

Esta posibilidad de perder la que tal vez fuese la última oportunidad de conseguir dinero en el resto del día asustó a don Pedro, quien de inmediato aceptó. Treinta minutos más tarde padre e hijo se encontraban cargando el camión con rollos de tela de todos los géneros, algunos de los cuales contaban más de cincuenta kilogramos. Solían discutir a la hora del trabajo por cualquier asunto, por que según don Pedro él hacía todo y su hijo no servía para nada. Por su parte, Raúl protestaba por no tener quién le ayudara a levantar los pesados rollos que eran demasiado para él. En un ataque de furia y heroísmo, don Pedro decidió alzar por si solo dos enormes cilindros que le causaron un severo espasmo muscular que lo llevó a proferir varias maldiciones y a cesar en su labor.

Obligados a buscar un reemplazo, después de un buen rato, por no tener más opciones, contrataron a un mancebo de veinte años, macilento y debilucho, con ropas ajustadas que lo hacían sentirse corpulento y que hablaba más de la cuenta. Cuarenta minutos de viaje hasta San Nicolás lograron que Raúl se sintiera en estado agónico por el cansancio físico, el temerario estilo de conducción de su padre y el parloteo incesante del joven carguero sobre hazañas del pasado, que finalmente se vio interrumpido por un grito desesperado de don Pedro que lo obligó a callar. La bodega en la que debían descargar la costosa mercancía que llevaban era deslumbrante para ellos. Nunca habían visto una habitación destinada a ese propósito tan aseada y organizada. Mientras don Pedro aprovechaba el tiempo paseándose por la estancia y coqueteando descaradamente con una de las secretarias, los dos jóvenes empezaron a descargar los ya odiosos rollos de tela. Después de llevar unos cuantos hasta el lugar que le indicó una hermosa señorita con bata azul, Raúl sintió un estentóreo alarido que provenía de fuera.

Bienvenido a la comunidad de escritores, poetas y artistas del mundo.

 

Aquí podrá darse a conocer, conocer a otros, leer, disfrutar, compartir, aprender, educarse, educar, soñar y vivir el mundo de fantasía que hay en todo artista.

 

¿Quién sabe? ¡A lo mejor también es uno!

Están en línea

Hay 1297 invitados y ningún miembro en línea

Concursos

Sin eventos

Eventos

Sin eventos
Volver