Otras señales del fin de aquellos tiempos se dieron. ?La sin razón?, la llamaré. Unas enormes e inmorales diferencias entre la riqueza y la pobreza. Algunos derrochaban hasta el escándalo en cosas y objetos inútiles a la larga, que en el fondo servían para satisfacer la vanidad y el ego de sus compradores: ropa de diseñadores, joyas, relojes, autos lujosos, yates, obras de arte a precios exageradamente ridículos y cuanto cacharro banal o moda efímera se pudiera inventar. Mientras muchos otros no muy lejos, morían de hambre, de indigencia, de falta de atenciones básicas. En las naciones más ricas se enfermaban y morían por la abundancia, mientras en otras más pobres se moría la gente por lo poco o nada que tenían? ?La sin razón?.
El crimen de Caín contra Abel, la metáfora bíblica que enseña que media humanidad mata a la otra, se repitió.
Ahora ustedes, los humanos del Nuevo Ciclo, la Nueva Civilización, deben aprender de los errores de los antepasados. Aunque me pregunto todavía: ¿La Humanidad ha cambiado o sigue siendo la misma pese a todo lo acaecido? ?Hizo aquí una pausa mientras tomó un par de sorbos de agua fría. Los presentes que lo escuchaban atentamente, jóvenes en su mayoría, se miraban entre sí con tristeza, duda y resignación.
?El Pequeño Profeta?, como lo llamaban sus millones de seguidores, era un introvertido cincuentón, esbelto, mediano de estatura, dotado de una melodiosa voz y de hablar pausado, que con su profunda mirada inspiraba confianza y valor. Desde niño, siguiendo los arraigados preceptos cristianos y las prédicas apocalípticas paternas, estuvo convencido de que él vería el Final de los Tiempos.
No se equivocó, si bien todo sucedió de una forma diferente a la que esperaba, al igual que muchos otros.
2
Cuarenta años antes. Charlotte, Carolina del Norte, verano del 2012.
-¡Feliz día de cumpleaños! ?Gritaron al unísono sus padres, su hermana mayor y el inquieto Isaac, el hermano menor. Ethan con su característica sonrisa nerviosa trataba de apagar las dos velitas mágicas, una moldeada en forma de número uno y la otra de número cinco. Soplaba y se encendían? de nuevo se encendían, soplaba, una y otra vez.
-¡Uf, ya no puedo? más! ?Jadeó.
-¡Oh, ya déjalas que estás escupiendo el ponqué! ?Exhortó el risueño Isaac.
Su madre, una bella rubia sureña, tajó y sirvió cuidadosamente el bizcocho recubierto de pasta azucarada que había horneado el día anterior con los escasos ingredientes encontrados en el supermercado cerca de su casa, situada en el más alejado suburbio de clase media de la ciudad. La economía mundial atravesaba una depresión por cuenta de los desastres naturales, de la escasez de alimentos y sus altos costos; la recesión empezó en el 2008 con la subida del precio del petróleo y de las materias primas.
Mientras servía las porciones en cada plato, añoraba los años no tan lejanos de abundancia en su próspero país.
-¡Cómo habían cambiado las condiciones en menos de dos años! Tantos desastres ocasionados por la incontenible fuerza de la naturaleza, lo nunca antes visto: supertornados en el Medio Oeste, mega huracanes desde el Caribe que destruyeron casi todo el sur de los Estados Unidos, el temido gran terremoto de California, el aumento del nivel del mar por el deshielo de los polos que inundó a buen parte de New York y otras ciudades de la Costa Este, oleadas de calor sofocante, inundaciones en los estados del norte? La primera potencia mundial sucumbía ante el único enemigo más poderoso: el calentamiento global. La venganza de La Tierra contra uno de los países que más daño le había ocasionado en la última centuria? Millones de norteamericanos han pagado con sus vidas y muchos más con la pérdida de sus bienes. ¿Cuánto más falta? ?se preguntaba mirando a sus hijos preocupada.
Observó a su robusto esposo mientras comía en silencio. Recordó aquellos inolvidables años que pasaron en México y después en Colombia, mientras su esposo estaba en misión. Vivir por seis años en América Latina fue una enriquecedora experiencia, había aprendido mucho, en especial sobre la diversidad de costumbres. Sus hijos no sólo ganaron una segunda lengua y amigos, sino también conocimientos sobre otras culturas, sobre lo bueno y lo malo del mundo, sobre lo grande que es el planeta y el equivocado egocentrismo de su país, sobre la familia, sobre la humildad y la sencillez de tanta gente que sabe vivir con poco y parece más feliz. Algo despreciable para el norteamericano promedio pero no para ella, nieta de un inmigrante alemán.
Tal vez no era casual que mientras en América del Norte, Europa y Asia, donde también el calor extremo, inundaciones, ciclones y terremotos arrasaban, los continentes del sur no sufrían tanto. Sudamérica y África, exceptuando unos períodos de fuertes sequías y lluvias que alternaban el protagonismo en el teatro del clima, de uno que otro volcán que eructaba su lava y de las inundaciones por la subida del nivel marino en sus costas, eran los dos continentes menos castigados por la furia de La Tierra.
¿Era justo? Aquellos países del llamado Tercer Mundo eran menos industrializados, pero igual habían contaminado, ensuciado, dañado y destruido el planeta, con sus sobrepobladas y congestionadas ciudades, con las indiscriminadas deforestaciones y mortal destrucción de sus variadas faunas y ricos ecosistemas. No estaban limpios de conciencia, no podían estarlo. Unos cuantos miles eran las víctimas del alterado clima, era una cuenta menor comparada con la que se les cobraba a los países del Norte. No obstante la factura parecía estar llegando, una cuenta en moneda diferente, según las últimas noticias.